lunes, 31 de agosto de 2020

SEGUIR ADELANTE: Profesora Leonor Bakún: Pláticas Inspiradas (30-08-2020)

 



Pláticas Inspiradas

En noviembre de 1908 la Misión Ramakrishna de Madrás editó un texto que en nuestro idioma conocemos como Pláticas inspiradas. El prefacio lo escribió Sister Devamata.

En ese libro podemos leer los apuntes que tomó Miss Waldo de Nueva York de la enseñanza de Swamiji. Entre otras cosas Swami Vivekananda le dictó a ella la traducción y explicación de los Aforismos de Patanjali. En esa época el instrumento de escritura era una pluma que absorbía la tinta para escribir. Miss Waldo se quedaba sentada, y tenía siempre la pluma embebida en tinta. El Swami se sumergía en meditación para descubrir el significado de los aforismos y cuando salía de la meditación hablaba y ella escribía lo que decía. También estuvo a cargo de preparar las publicaciones de Swamiji, quien le entregaba el material para que trabajase y no lo revisaba porque sabía que ella tomaba nota fiel de sus palabras.

El primer capítulo del libro que nos ocupa, Pláticas inspiradas, le pertenece. Hay en ese relato momentos de gran belleza. El relato cuenta las peripecias de Swamiji desde que desembarca en Vancouver en 1893 hasta la última vez que lo vio, el 4 de julio de 1900. De esa epopeya, de algún modo, nosotros somos sus hijos. 

El propósito del Swami era asistir en Chicago al Parlamento de las religiones. Devotos de Madrás le solicitaron que así lo hiciera y juntaron dinero para que viajara. Con la bendición de la Madre, partió. Para cuando llegó a Chicago, le habían robado y engañado de tal modo que no tenía un centavo. Tampoco conocía a nadie y, sin recursos, decidió ir a Boston para telegrafiar y resolver su situación, o bien recibiendo dinero o bien regresando a India.

Firme en su fe de que nunca le faltaría la protección divina, dejó el asunto en manos del Señor.

En el tren conoció una señora que lo invitó a hospedarse en su casa. Ahí conoció a un profesor de la Universidad de Harvard. Este profesor tuvo una larga conversación con Swamiji y, muy impresionado, le dice que tendría que asumir la representación del hinduismo en el Parlamento de las Religiones, en Chicago. Él le explica sus dificultades y el profesor le da una carta de presentación y le regala el pasaje a Chicago.

Finalmente llega el día de la apertura del Parlamento y Swamiji está ahí, muy inquieto porque nunca había hablado delante de un gran auditorio y no había preparado nada así que desde la mañana postergaba continuamente su turno, hasta que lo anunciaron cerca de las cinco de la tarde. Su frase inicial fue: Hermanas y hermanos de América. Triunfó y se volvió muy popular. Ni dar conferencias ni hablar en salones de gente adinerada le satisfacía. Finalmente buscó un lugar adecuado adonde pudieran llegar los buscadores de la verdad, fueran pobres o ricos. Y entre estos buscadores de la verdad reunió a los que iban a ser sus discípulos. Él había dicho que, aquellos estudiantes que estuviesen dispuestos a dejar de lado sus intereses y a viajar 500 kilómetros para dedicarse al estudio de Vedanta, serían los que él reconocería como discípulos. Suponía que serían pocos los que lo harían.

Cuando Swamiji se reunió con sus discípulos en Thousand Island Park la dueña de casa había hecho construir como cariñosa ofrenda a su Maestro una nueva ala casi tan grande como la casa existente. En esa ala había una sala accesible por varias puertas desde los sectores principales del edificio. La sala, grande y cómoda, fue convertida en aula. Allí, todos los días, durante horas, el Swami les daba instrucción. Encima de esa sala había otra dedicada exclusivamente al Swami, provista de una escalera externa para que él tuviera privacidad y una puerta que daba sobre el segundo piso de la galería.

Esta galería superior desempeñó un papel importante porque allí se reunía con sus alumnos por la noche. Era un lugar protegido de miradas extrañas, un santuario donde el Swami se sentaba todas las noches con sus alumnos que en silencio y en la oscuridad lo escuchaban con avidez. Después de cenar, acudían allí y esperaban su llegada. Apenas se habían congregado se abría la puerta de su habitación y él salía con paso mesurado para ocupar su asiento habitual. Solía quedarse dos horas aunque con frecuencia el encuentro se prolongaba y una vez estuvo hablando hasta el amanecer. En el libro Pláticas inspiradas la autora relata estas conversaciones.

El Swami era bromista, de rápidas respuestas. Todo le proporcionaba temas y tenía un gran conocimiento de la mitología hindú en la que instruía a sus alumnos extrayendo de ella valiosas lecciones espirituales porque puntualizaba la realidad oculta bajo cada mito y narración.

Vivían en comunidad, haciendo cada uno su parte en los trabajos de la casa para que los extraños no alterasen el retiro. El Swami cocinaba muy bien y a veces lo hacía para sus discípulos. Había aprendido a cocinar para servir a sus gurubhais, después que Thakur pasara a la pieza de al lado.

Eran doce estudiantes. El Swami les dijo que los aceptaba como verdaderos discípulos, que por eso les daba esa enseñanza. Nunca se reunían todos juntos. La mayor cantidad de presentes era de diez cada vez.

Estando allí inició a dos discípulos como sannyasines. Cuando inició al segundo, también inició a otros cinco discípulos como brachmacharias. El resto del grupo tomó iniciación en Nueva York junto con otros discípulos que el Swami tenía allí.

Es cosa sabida el inmenso amor de Swamiji por su patria y como, en tierras extrañas, donde no siempre lo pasó bien precisamente por ser extranjero, se mostraba orgulloso de esa India a la que celebraba, de la que había rescatado su tesoro espiritual y que traía a Occidente como un regalo preciado. Nunca jamás escondió su origen sino que, por el contrario, se mostró orgulloso de su país y luchó por recuperar para India su gloria de antaño. Sabía cómo hacerlo y sus discípulos lo ayudaron a realizar y continuar su tarea.



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