EL HOMBRE COMO CONSTRUCTOR DE SU PROPIA HISTORIA
Tuve la suerte de cursar Filosofía de las Ciencias con Gregorio Klimovsky. Acababa de regresar a la Argentina y evidentemente nosotros éramos un auditorio diferente al que él estaba acostumbrado. Traducíamos con facilidad del griego y del latín y teníamos algunas nociones básicas de lógica clásica como pudo comprobar a pocas clases de haber iniciado el curso, cuando mencionó los conjuntos biunívocos como si todos supiéramos de qué estaba hablando. Ante nuestro evidente desconcierto dijo “se habla de conjuntos biunívocos cuando a cada elemento de un conjunto, le corresponde un elemento del otro.” Nos miró, y con aguda ironía prosiguió: “Desde aquí yo veo 35 cabezas, si se corresponden con 35 seres humanos podemos hablar de conjuntos biunívocos, pero eso no sucede siempre.”
No hace falta girar mucho la cabeza para descubrir que decía verdad, pero esto es aplicable, entre otras cosas, a todos los casos en que hay discriminación, del tipo que sea. Cuando hay discriminación no se cumple con el precepto fundamental de amar al prójimo como a sí mismo. Cuando hay discriminación los seres humanos y las cabezas de los que la practican ya no son conjuntos biunívocos, son simplemente cabezas.
Personalmente creo que los seres humanos compartimos algunas notas que a veces no registramos.
En primer lugar encontramos el anhelo de Dios. Hay temas que suelen debatirse en casi todas las épocas, uno central es el que tiene que ver con lo sagrado.
Swami Vivekananda dice en una conferencia que este anhelo surgió cuando algo de amor se despertó en el corazón del hombre. “Un poco de amor, una débil idea del deber hacia los otros, un poco de organización social. Luego, naturalmente, surgió la idea: “¿Cómo podemos vivir juntos si no sabemos ser pacientes y perdonar?”. ¿Cómo puede un hombre vivir con otro sin tener, algún día, que refrenar sus impulsos, contenerse, controlarse a sí mismo para no hacer las cosas a las cuales su mente lo impulsa? Es imposible. Así es como llega la idea del control sobre sí mismo. La textura social entera reposa sobre esta idea de la restricción, y todos sabemos que el hombre o la mujer que no ha aprendido esa gran lección de ser paciente e indulgente, lleva la más miserable de las vidas.”
La Cábala explica que el hombre trata de retornar a Dios porque fue él mismo quien se alejó de Él es él mismo quien debe regresar. Esto se relaciona con la caída de lo absoluto a lo relativo. Maimónides dice ¿Por qué Dios prohíbe al hombre comer del árbol del saber? Porque este saber, responde, está referido al bien y al mal y lo bueno y lo malo son relativos al hombre, a la sociedad. Verdad y falsedad son absolutos, porque la verdad es la superación de los intereses mezquinos que nos diferencian. El hombre “cae” de lo absoluto a lo relativo. Ese es su mal y será su drama.
En segundo lugar, el servicio. Esa es una palabra que algunos confunden con solidaridad. Sin embargo, comporta algo más. Se trata de una actitud.
En tercer lugar, la alegría es fundamental. Cantamos para que el cielo se abra y la tierra se regocije.
Por último, y en la que me interesa detenerme es la responsabilidad del hombre como constructor de su propia historia. Todo lo que el hombre recibe en comunidad o individualmente, del placer o de los sufrimientos, es una retribución merecida a su hacer. De acuerdo a sus obras y decisiones, así será su vida. Cada uno de nosotros aspira a una vida más elevada o más amplia. En nosotros existe potencialmente un infinito poder y luchamos por romper la coraza finita que nos aprisiona. Y esto es la vida.
La pregunta entonces es, si los hombres comparten estas notas, ¿por qué hay fricción entre los hombres, malentendidos, peleas, derramamiento de sangre?
Lo que se siembra se recoge es una verdad bíblica. Cosechamos el resultado de nuestras acciones. Somos responsables de nuestro destino. Tenemos la responsabilidad de nuestras vidas en nuestras propias manos. Construir o destruir, somos responsables. Todo está dentro nuestro. Tenemos la libertad de ejercer nuestra responsabilidad individual dice Swami Sarvagatananda.
Hay una historia que se trabaja mucho cuando hay situaciones de violencia y que algunos dan en llamar el síndrome del erizo que aquí llamaremos puercoespín. Dice así: Durante la era glacial, muchos animales morían por causa del frío. Los puercoespines, percibiendo esta situación, acordaron vivir en grupos, así se daban abrigo y se protegían mutuamente. Pero las espinas de cada uno herían a los vecinos más próximos, justamente a aquellos que le brindaban calor. Y, por eso, se separaron unos de otros.
Nuevamente volvieron a sentir frío y tuvieron que tomar una decisión: o desaparecían de la faz de la tierra o aceptaban las espinas de sus vecinos. Con sabiduría, decidieron volver y vivir juntos. Se dieron cuenta de que lo que les importaba era el calor del otro y así aprendieron, no con mucha facilidad, a cuidar de que sus espinas, que eran parte de su naturaleza, no lastimaran. Fue así como sobrevivieron.
La mejor relación no es aquella que une personas perfectas, es aquella donde cada uno acepta los defectos del otro y consigue perdón por los suyos propios.
Desde el punto de vista de la creación, todo lo que hay es producto del deseo. El Ser, en un acto de voluntad totalmente libre, se contrae y esto hace que la creación se manifieste en el espejo de la existencia. Somos hijos del deseo de Dios y por eso somos perfectos, porque de lo perfecto nace lo perfecto, pero también somos productos del deseo y por eso somos seres contraídos.
Abraham recibe el mandato: “Aléjate de los tuyos y de ti mismo. Vete”. El “aléjate de ti mismo”, o sea separarse de la idea de que todo lo visible es realidad, se lo toma también como un acércate a ti mismo o idea de que la realidad es invisible. Y esto es exactamente lo mismo que proclama Sri Ramakrishna cuando dice “Sólo Dios es real”.
Del ser emanan una serie de fuerzas que mantienen relaciones entre ellas. El movimiento de la energía se expande, se equilibra o se constriñe. Depende de la etapa en que nos encontremos. Todo lo que existe es, en esencia, energía y vibración. La materia en general, todo es energía en movimiento. Esto no es una aseveración banal.
El origen de lo que “es” es un misterio. Los físicos contemporáneos hablan de “vacío quántico “original a partir del cual habría evolucionado el universo, pero aún así ese vacío no es pura nada. El vacío no es igual a nada, porque cuando hablo de vacío pienso en algo que lo contiene. Es un potencial. En el origen hay algo, una especie de energía de la que el universo toma forma y la pregunta es: ¿de dónde viene esa energía?
La física describe la aparición del mundo del siguiente modo: hace quince mil millones de años todo lo que contiene el gran universo estaba reunido en una “singularidad” microcósmica, de una pequeñez inimaginable. Apenas una chispa en el vacío. La física moderna nos dice que el universo nació a partir de una gigantesca explosión que provocó la expansión de la materia observable en la actualidad. La historia comienza en el momento preciso en que el universo entero tenía el tamaño de una cabeza de alfiler.
Así, luego de un arduo trabajo, la ciencia confirma en realidad, algo que ya explicaba el sistema filosófico hindú miles de años antes. En efecto, los hindúes explican el universo a partir del spanda (o estallido primero) del bindu, partícula pequeñísima de energía primordial en la que está contenida el universo.
Un físico conocido, John Wheeler, dijo al respecto: “Todo lo que conocemos encuentra su origen en un océano infinito de energía que tiene la apariencia de la nada.”
La presencia de la energía es la presencia del misterio. Hace de la vida una eterna aventura en pos de la eternidad. Nuestra búsqueda de eternidad es la búsqueda que emprendemos cuando recordamos, despertamos y nos damos cuenta. Entonces tratamos denodadamente de desprendernos de las cadenas que nos impiden fundirnos en aquello que ya somos, el Ser, y la oportunidad la tenemos por tener un cuerpo humano, lo cual es un privilegio que nos hemos ganado duramente a lo largo de la vida. El ser iluminado es el trabajo constante. La luz es infinita porque la vida misma es luminosa, sólo que la mayor parte de nosotros ignoramos nuestra propia luminosidad.
Estamos tocados por la vida. Cada hombre tiene un territorio, un reino que construye él mismo. Nuestra magnitud es nuestro reino, por eso no hay tiempo que perder. Hay conocimientos básicos que han sobrevivido en el útero. Tienen que ver con la memoria. Es la sabiduría del saber ser, por ejemplo, del árbol que sabe cuando dejar caer las hojas, cuando volver a tenerlas. Que sabe estar abierto a lo que llega a él. A esa sabiduría, a la conciencia, es a lo que queremos acceder.
Somos producto del deseo y por eso deseamos. El tema es ser honestos y saber qué queremos, porque cada deseo es una semilla que plantamos en nuestra vida y aunque protestamos por lo que nos pasa, nos olvidamos de que estamos viviendo lo que hemos querido. Somos el resultado de nuestro deseo. El mundo que vivimos es el que hemos creado con nuestro deseo. El mundo en que vivimos, en que nos movemos es nuestra propia creación y el mundo en que vivamos será el resultado de nuestra creación. El deseo produce movimiento en el tiempo y en el espacio porque contiene en germen todos los procesos necesarios para que se concrete. Es la concepción a la cual sobreviene el despliegue de la Creación.
El peligro es ir demasiado lejos en una u otra dirección y por eso la tarea es buscar el equilibrio, la armonía, saber qué quiero hacer para construirme, qué me acerca o me aleja de lo que quiero. Shivamai dijo: “Cuida tu energía, cuida tus palabras, desarrolla la paciencia, haz todo con mucho amor y no permitas que nada ni nadie te tuerza el rumbo.”
La vida tiene sentido porque soy libre y puedo definir ese sentido. Dicen los sabios que para lograrlo sería bueno prestar atención a las situaciones inconfortables de nuestra vida. Esas que parecen cumplir con la ley del eterno retorno. Que se instalan y reaparecen con continuidad y recurrencia.
Nada está predeterminado. Todo puede darse, del hombre depende. El hombre aspira a una realización que denomina felicidad. Esto hay que hacerlo. El hombre se hace a cada instante. Se define cuando asume su responsabilidad por lo hecho. Sólo el hombre es capaz de percibir a la vez el mundo exterior y el interior, por eso la tarea es expandir la conciencia.
Dijo Swami Vivekananda que “todo el conocimiento está dentro nuestro. Toda la perfección está ya allí en el alma, por lo tanto, cada hombre debe desarrollarse según su propia naturaleza.” Tenemos en nuestras manos la posibilidad de construirnos a nosotros mismos y descubrir que somos eso, una joya valiosa y única, el Ser.
Todo existe en el espíritu, en el Ser. El espíritu es infinito. Todo el universo está compuesto de una misma sustancia: energía. Dar y recibir son dos formas de comunicación primarias que el hombre tiene para conectarse con sus semejantes.
Una vez un mendigo que estaba tendido al lado de la calle vió venir de lejos al rey y pensó: "le voy a pedir, él es un buen hombre, de seguro me dará una limosna".
Cuando el rey pasó cerca, le dijo: "Majestad, ¿podría, por favor, regalarme una moneda?" El rey le miró y le respondió: "¿por qué no me das algo tú? ¿acaso no soy tu rey? " el mendigo no sabía que responder y sólo atinó a balbucear "¡pero majestad... yo no tengo nada"...
El rey contestó: "¡Algo debes tener! busca". Entre asombro y enojo. El mendigo buscó entre sus cosas y vio que tenía una naranja, un pan y unos granos de arroz. Pensó que el pan y la naranja eran mucho para darlos, así que con rabia tomó los 5 granos de arroz y se los dió al rey.
Complacido, él le dijo: "¡Ves como si tenías!" y le dio 5 monedas de oro, una por cada grano de arroz.
El mendigo dijo entonces: "Majestad... creo que aquí tengo otras cosas..." Pero el rey lo miró fijamente a los ojos y, con dulzura, le comentó: Solamente de lo que me has dado de corazón, yo te puedo dar".
Volviendo sobre algo que ya dije en otra ocasión, nosotros nacemos en el medio de la historia. Aparecemos en un mundo con circunstancias temporales, espaciales, históricas. Un mundo en el que ya están sucediendo cosas que tienen que ver con lo que pasó antes y que seguramente construirán, serán el fundamento de lo que suceda después. Pero nosotros, en tanto seres individuales, estamos en el principio de nuestra historia, y así nos insertamos en algo que está transcurriendo, intentando aprehenderlo, incorporarlo desde nuestro nuevo y a la vez repetido comienzo.
Walter Benjamin enuncia una serie de tesis sobre el concepto de historia. Entre otras cosas, dice que cada época cita de manera diferente al pasado. El pasado, jamás clausurado, muestra siempre abiertas las heridas del sufrimiento, las marcas del dolor y nos permite no sólo resignificar el pasado sino percibir las fallas del presente.
En la Tesis IX habla de la necesidad de la historia. Dice así: “Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel, al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso.”
Y si bien sería bueno detenerse, cribar nuestro pasado en busca de esas piedras que reaparecen, indagar las causas, nos dejamos arrastrar sin resistencia en aras del progreso. Esa tal vez sea la razón por la que el ser humano a lo largo de la historia formula las mismas preguntas: ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¿Quién soy? ¿Qué soy? Y si bien las preguntas son las mismas, las que cambian son las respuestas.
Víctor Frankl, fue un psicólogo que estuvo prisionero en un campo de concentración. En su libro El hombre en busca de sentido, dice que “la escisión que separa el bien del mal, que atraviesa imaginariamente a todo ser humano, alcanza a las profundidades más hondas y se hizo manifiesta en el abismo que se abrió en los campos de concentración. ¿Qué es en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es.”
Dice también que al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: “la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias, para decidir su propio camino. Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito”. Y concluye: “cuando uno conoce el porqué de su existencia, podrá soportar casi cualquier cómo.”
La ansiedad de la mente es causada por nuestra asociación con las consecuencias de nuestras acciones. Esto altera nuestra paz mental. La vida está llena de ansiedades y excitaciones que producen la condición febril de la mente. Con excepción del período de sueño profundo, disturbios de toda índole ocupan nuestra mente. Estas alteraciones perturban la paz mental. Su acumulación constituye la fiebre de la que debemos liberar la mente mientras ejecutamos las acciones. De hecho, las ansiedades pueden ser eliminadas por medio de la conciencia espiritual y cuando son eliminadas, obtenemos la paz.
El primer factor inmaterial que debe considerar un ser humano común es su propia mente. Es su mente la que siente necesidad de algo, trata de satisfacer esa necesidad, y busca en su interior o en lo exterior el objeto o los objetos capaces de producirle las deseadas satisfacciones.
Iniciamos nuestro viaje desde donde estamos hacia el verdadero objetivo de la vida, por lo tanto debemos ser pacientes. Nuestra vida se vuelve fructífera cuando hacemos las cosas con un motivo noble. El trabajo en sí no es ni bueno ni malo, es el motivo por el cual actuamos lo que determina el mérito o el demérito de cada acción. El más elevado motivo de toda acción es el inspirado por algún ideal espiritual.
Swami Vivekananda dijo que el amor es el bálsamo que suaviza todas nuestras acciones. Explicó que todo impulso de diferenciación proviene del menosprecio y del odio y muchos creen que hacer bien a los otros es un fin en sí. El don más elevado es la espiritualidad, luego el conocimiento intelectual y por último la ayuda física y material. Aquel don supremo implica, en su acrecentamiento, los dos inferiores.
Los sabios del Talmud afirmaron que el mundo se sostiene sobre tres pilares: la justicia, la verdad y la paz. Los intérpretes medievales dijeron que: “sin verdad no hay justicia y sin justicia no habrá paz”. Así, el actuar recto debería ser considerado como justo y de acuerdo a la verdad, y en tanto eso, conducente a la paz.
Si al menos intentamos actuar con amor y rectitud, tal vez podamos construir una historia diferente y un camino más sencillo de transitar.
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