miércoles, 18 de septiembre de 2019

SEGUIR APRENDIENDO: Profesora Leonor Bakún (14/9/19). El grano de café




Una hija se quejaba a su padre acerca de su vida y de cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.
Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre el fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas hirvió. En una colocó zanahorias, en otra huevos y en la última granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra. La hija esperó pacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su padre.
A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó sobre un recipiente. Sacó los huevos y los colocó en un plato. Coló el café y lo puso en una taza.
Mirando a su hija, le preguntó qué veía.
Ella dijo: “zanahoria, huevos y café”.
La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara el huevo y lo rompiera. Al sacarle la cáscara, observó que el huevo estaba duro. Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.
Humildemente la hija preguntó: “¿Qué significa esto, Padre?”
Él le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero que habían reaccionado de manera diferente. La zanahoria llegó al agua, fuerte, dura. Pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto débil, fácil de deshacer. El huevo había llegado al agua, frágil. Su cáscara fina protegía su interior líquido. Pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido. Los granos de café, sin embargo, eran únicos. Después de estar en agua hirviendo, habían cambiado el agua.
¿Cuál eres tú?, le preguntó a su hija.
“Cuando la adversidad llega a tu puerta, ¿cómo respondes?, ¿cómo eres tú? ¿Una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan, te volvés débil y perdés tu fortaleza? ¿Un huevo, que comienza con un corazón maleable y debido al sufrimiento te volviste duro y rígido? ¿O un grano de café que cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor, que cuando las cosas no van bien lográs que tu alrededor mejore?
Nietzche dijo que “quien tiene un por qué para vivir, encontrará casi siempre el cómo”.
El tema es determinar cuál es ese por qué que da sentido a una vida.
En la Ética nicomaquea, Aristóteles afirma que el bien es aquello hacia lo que todas las cosas tienden y que todos los hombres están de acuerdo en denominar felicidad al bien supremo. El problema es la divergencia de opiniones profesadas sobre la felicidad.
Séneca, filósofo estoico, afirma: “Todo el mundo desea vivir feliz, pero nadie ve claro cómo descubrir aquello que hace la vida feliz”.
Epicuro, filósofo hedonista, en su Carta a Meneceo afirma: Hay que meditar lo que produce la felicidad, ya que cuando está presente lo tenemos todo y, cuando falta, todo lo hacemos por poseerl
Lo cierto es que estas respuestas ocurren en medio de una profunda crisis que abarca todos los estratos de la sociedad griega. Las murallas de la ciudad han caído, la guerra ha hecho estragos de todo tipo. Hay peste y hay hambre y el hombre se encuentra solo e inerme ante un universo hostil. Las escuelas filosóficas van a proponer una vuelta hacia el interior, y el hombre va a buscar la felicidad en la actividad contemplativa, mediante la cual participa de lo divino. Esa actividad no necesita de mediaciones exteriores para ejercerse.
Siglos más tarde, en otra época de intenso sufrimiento para el mundo, Víctor Frankl recordará al hombre que “la última de las libertades humanas, que no se le puede arrebatar al hombre, es la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias.”

O sea, ante el agua hirviendo, seremos ¿zanahoria, huevo o granos de café?

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