VIDA DE SWAMI VIVEKANANDA
Por sus discípulos de Oriente y Occidente
(Adaptación)
CAPÍTULO II
EL TRIUNFO DE LA RENUNCIACIÓN
¡Peregrinación! A su alrededor, la India se reúne de norte a sur y de este a oeste, en un fervor de unidad triunfante. En ello, en la religión y en el acto espiritual, la India es una. Necesitamos algo maravilloso. Entonces, ¿debe uno preguntarse si aquel que fue Durga Charan Dutta debería haber llevado a peregrinar a su abandonada esposa? Todos esos años, ¿qué había sido de ella? ¿Cuál había sido el propósito más íntimo de su alma durante ese largo período de separación? Solo ante ojos torpes o miopes podría haber habido separación. Marido y mujer eran uno, porque la esposa, desde el día en que su esposo emprendió la búsqueda divina, le dio su pensamiento y toda su vida a Dios, uniéndose a su deseo, volviéndose una con él en la llama de su intención.
Y allí estaba Vishwanath, el hijo. Incluso ella había trascendido el sentido de madre. Este chico era suyo solo como una parte importante de su familia, pero no como de su propiedad. Todos estos años había sido lo que una madre debe ser, pero desinteresadamente. Y el niño había crecido fuerte, vigoroso, turbulento y lleno de alegría.
Cuando el tiempo pasó y el chico hubo superado las imposibilidades de la primera infancia, ella tomó la decisión de poner en práctica su deseo de ir a Benares.
¡Benares! ¡Qué leyenda ha escrito este nombre a lo largo de los siglos! Ha sido siempre el centro feudal del hinduismo. Los grandes pensadores de la India, todos sus héroes, todos sus santos, en un momento u otro de sus vidas, han visitado esta ciudad. Es hasta hoy en día, lo que era en los días cuando se imprimieron las huellas del Señor Buddha: la sede de la enseñanza brahmánica, la fuente central de la ortodoxia, la Roma eclesiástica de la India. Toda la leyenda, toda la lucha, toda la realización de los sabios de la India están concentradas allí. Lo que fue Jerusalén para los primeros peregrinos medievales, incluso ahora también lo es, es la ciudad de Benares para el hinduismo. Todas las costumbres se reúnen aquí, porque todos los pueblos de la India vienen aquí. Este es el corazón del hinduismo. Los ancianos mueren de buena gana en este lugar, y en este lugar, los moribundos consideran un privilegio ser liberados del dolor. Todos los hindúes sueñan, en algún momento o de alguna manera, visitar Benares.
Ahí está, en un gran semicírculo, lavada por las aguas del impetuoso Ganges. Templos y palacios se elevan desde las orillas sobre los altos y escarpados terraplenes de piedra y ladrillos. Aquí y allá uno puede ver el pináculo de un templo o la cornisa o la columna de un palacio que aparecen flotando en la superficie de las aguas. De esto hace mucho tiempo, desde que se derrumbaron por las fuertes corrientes de agua de las inundaciones. A lo largo de las orillas del río suben los espaciosos ghats. Miles de personas están siempre allí, bañándose y orando. Bañarse, como en los viejos tiempos en la India, es un acto sacramental para los hindúes. He aquí los ghats y los montones humeantes de cuerpos carbonizados de los cuales ¡el alma ha encontrado escape! Y allí uno sentado en meditación, olvidado del mundo. Y a través de una multitud abigarrada, los bazares llenos de gente, la vida y el color orientales a pleno, los magníficos templos del pasado, y en las callejuelas más estrechas, aquí y allá se observa un sadhu inclinado ante la Realidad. Su apariencia externa puede ser terrible con su ascetismo manifiesto, pero, ¡Oh!, por el pensamiento del hombre. ¡Oh!, por el pensamiento de los cientos de miles que vienen aquí de los confines de la India para derramar su alma en oración y realización.
Hoy hay trenes, pero en aquellos lejanos días los trenes eran desconocidos; y así encontramos a la madre y a su hijo alojados, entre otros peregrinos, en un gran barco que, movido por los remos de muchos hombre, navegaba de Kolkata a Benares, una distancia de alrededor de cinco mil millas. Había dificultades y aventura combinadas. Nuevas ciudades, nuevas escenas, nuevas costumbres, nueva gente, incluso un nuevo lenguaje aparecieron mientras el barco, en su largo viaje, transportaba a los pasajeros. Y entonces, las aguas del río, con su longitud interminable y su camino diverso, eran sagradas, tan sagradas como el agua bautismal que lava más blanca que la nieve el alma manchada de pecado. Porque así lo cree el hindú. Es “Ma Ganga”, Madre Ganges. Para los hindúes, el río es una diosa. Una gran entidad auto-consciente que se mueve, con imperiosa grandeza, sobre la extensión del suelo indio. Hay una vieja, vieja historia de cómo es esto, cómo la sombra del celestial Ganges que Brahma, el Creador, atrapó en su cuenco portador de agua y vertió sobre los pies del Señor del Universo. Cómo cayó sobre los cabellos enmarañados de Shiva, el Señor de los monjes, y cómo se derramó en la tierra y en la llanuras del Indostán, es una historia muy contada.
¡Seis semanas de un peregrino en un bote! ¡Seis semanas en el Ganges! ¡Seis semanas de excitación diaria! ¡Seis semanas de amaneceres y ocasos en esta, la reina de los ríos de la India! ¡Cuán impresionable es la mente de un niño! Todo esto mientras el futuro padre de Swami Vivekananda estaba reuniendo en un gran conjunto emocional, este inolvidable viaje que, a su vez, se convirtió en uno de los factores primarios en la creación de ese temperamento intrépido que el Swami heredó de su padre.( P -45)
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