jueves, 25 de julio de 2019

Artículo: Profesora Leonor Bakún, Lo perfecto.. (13-7-19)





LO PERFECTO. SU RELACIÓN CON EL SENTIDO DE LO REAL

Nosotros nacemos en el medio de la historia. Aparecemos en un mundo con circunstancias temporales, espaciales, históricas. Un mundo en el que ya están sucediendo cosas que tienen que ver con lo que pasó antes y que seguramente construirán, serán el fundamento de lo que suceda después.

Pero nosotros, en tanto seres individuales, estamos en el principio de nuestra historia, y así nos insertamos en algo que está transcurriendo, intentando aprehenderlo, incorporarlo desde nuestro nuevo y a la vez repetido comienzo.

En ese sentido, uno podría entender por qué el ser humano, a lo largo de la historia formula las mismas preguntas: ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¿Quién soy? ¿Qué soy? Y si bien las preguntas son las mismas, las que cambian son las respuestas. Estas respuestas conforman nuestra realidad, impregnada, conformada por el sentido de lo real, pero ¿qué es lo real?

Preguntarse qué es lo real es arriesgarse a recibir un sin fin de respuestas, todas ellas atinadas, esté uno o no de acuerdo con sus connotaciones.

Por ejemplo, encontramos que real se define como algo “que tiene existencia verdadera o efectiva”. De allí deriva el realismo o escuela de arte en el cual “los artistas representan las figuras o la naturaleza tal como la ven, prescindiendo del ideal.”

Otra definición de real es que “se opone, por un lado a lo aparente, por otro, a lo posible”. En ese sentido, se llama realidad a todo cuanto existe e incluye a los objetos ideales, psíquicos y físicos. 

Eludiendo la discusión sobre ambas definiciones podemos señalar algunos problemas que presentan y que han sido puntos de confrontación en distintas épocas. Que algo exista, la noción de verdad, su definición, ¿es real lo que se ve, o sea, lo que los sentidos captan? Fueren cuales fueren nuestras respuestas, lo que no podemos negar es que hablar del sentido de lo real implica, al menos, tener una postura sobre estos temas. El sentido de lo real alude a una captación del universo en que nos insertamos, alude al criterio que va a permitirnos adjudicar a algunas cosas la etiqueta de real y a otras negársela.

La pregunta es cuál es el criterio, si lo hay, para aceptar algo como real. La llamada literatura de anticipación, ha sido ficción en el momento de ser escrita, pero los aparatos que irradiaban calor cuando hacía frío y frío cuando hacía calor en la novela escrita por Francis Bacon en 1627, o los viajes espaciales descriptos, entre otras múltiples anticipaciones, por Julio Verne, hoy han sido superados y forman parte de la vida cotidiana. Los diseños de Leonardo da Vinci se inscriben en este rubro, en su gran mayoría. Anticipación, verosimilitud, posibilidad, realidad parecen tener límites muy sutiles y fáciles de franquear.

Lo perfecto y lo real mantienen una relación de larga data. Uno de los filósofos que enlazó ambos conceptos, al extremo de hacerlos prácticamente sinónimos, fue Platón, en el siglo IV a.C. Para Platón, lo real es lo ‘en sí’ (lo absoluto, lo que es por sí mismo), la idea, y eso lo hace perfecto. Perfección y realidad se encuentran en un mundo ideal. Las ideas son una unidad inteligible, una realidad ‘en sí’. Son modelos de las cosas, las cosas mismas en su estado de perfección. Lo sensible se encuentra en el mundo de las apariencias, aquellas en que los sentidos pueden captar la multiplicidad. Lo inteligible necesita de una mirada interior para verlo. 

Un poco más acá de la historia, promediando los albores del siglo XX, encontramos la otra punta de esta relación. Nietzche dirá que lo real es una construcción epocal, hecha en base a lo que el hombre construye. Sostiene que las verdades son ilusiones, metáforas que paulatinamente pierden su utilidad y su fuerza, monedas que pierden el troquelado y ya no pueden ser consideradas más que como metal, no como tales monedas. En este sentido, lo perfecto, es un concepto más, pincelado, delineado de acuerdo al uso de la época.

Entre Nietzche y Platón, es mucho lo que se ha discutido sobre el tema. Los puse de ejemplo  porque en sus textos se ve con claridad la relación entre lo real y lo perfecto, relación que se pone en juego en los distintos momentos de la historia. La adquisición de conocimiento y el uso que se hace del conocimiento adquirido tiene que ver con esta relación. O sea, lo perfecto como meta a alcanzar o como tope, como límite de la búsqueda de conocimiento. En todo caso como objeto de deseo o como objeto poseído.

En un sentido final, absoluto, lo perfecto se define como aquello acabado, terminado, en equilibrio. Aquello que no tiene movimiento, porque no necesita moverse más. Un ejemplo de este uso, es el significado de la palabra paz en hebreo, shalom (usada originalmente como saludo). De la raíz de esta palabra se ve que paz no significa ausencia de guerra, sino equilibrio, completitud. En ese sentido paz, es lo más perfecto que el hombre puede alcanzar.

Ahora, si por el contrario, se considera que todavía hay mucho para hacer, entonces el hombre se coloca en situación de búsqueda de las claves del universo. La perfección deja de ser una norma absoluta, pues donde todo está en curso sólo puede haber búsqueda constante de perfeccionamiento.

Así, de acuerdo a nuestro concepto de lo perfecto, por estar inmersos en la historia, en el devenir del mundo, o nos colocamos en situación de contemplación de lo absoluto, de lo perfecto como modelo, como lo que es terminado, acabado, realizado, o de búsqueda inacabada de las claves del universo, que están fuera de nosotros, en eso que es, por naturaleza, lo perfecto.

Hay temas que suelen debatirse en casi todas las épocas, son cuestiones que pueden resumirse en dos palabras centrales: ‘divinidad’ y ‘naturaleza’. Un atributo es común a ambas: la perfección, que a veces las enlaza, a veces las separa. Para algunos la perfección es divina, la belleza es el valor que está de acuerdo con ella y la armonía de los cielos  es su manifestación, la cual tratarán de preservar de todas maneras. 

Otros, encontrarán su camino plagado de notas discordantes, de búsquedas truncadas. Para ellos, la perfección es objeto de deseo, inasible e inalcanzable y sin embargo, irrenunciable. Tienen el   afán de comprender su estructura, sus leyes más íntimas, de volver a crear, esta vez al modo del hombre, eso que es perfecto, la naturaleza, obra de lo perfecto, de Dios. El hombre nunca podrá igualar en perfección a lo natural, que es perfecto porque es la obra de Dios. Lo perfecto, la obra de Dios no puede ser alcanzado por el hombre, porque es limitado, imperfecto. De este modo lo perfecto es algo que queda fuera, como meta de una búsqueda siempre inacabada, precisamente porque eso que se busca está fuera y se aleja en la medida que nos acercamos.

Etimológicamente la palabra ‘perfección’ deriva del vocablo griego ‘τέλειοv’, usado con ese sentido por Aristóteles. En su idea de perfección late la noción de algo que es por sí bueno. Para el pensamiento griego en general, lo “malo” es de algún modo defectuoso y, por tanto, no puede ser perfecto, como no puede serlo cosa alguna que posea algún defecto, o que le falte algo.

En cuanto al uso de la palabra perfección hay distintos sentidos, entre ellos podemos distinguir como  principales el comparativo y el absoluto.

El sentido comparativo convierte a lo perfecto en una especie de modelo respecto al cual las cosas son lejanas o cercanas. “Lo más perfecto se acerca más a lo perfecto. Lo menos perfecto se aparta de lo perfecto.

En un sentido final o absoluto es “lo que es de tal manera que no puede concebirse nada superior”. “Será lo mejor en su género, pues no habrá nada que pueda superarlo, todo cambio en lo perfecto introducirá en él alguna imperfección. Se dice de algo que es perfecto cuando está “acabado” y “completado”, de tal suerte que no le falta nada para ser lo que es. Esta idea de perfección incluye la idea de “limitación”, “acabamiento” y “finalidad propia”.

Uno de los aspectos que se ha discutido mucho, es la relación de lo perfecto con la noción de infinito. El eje de esta discusión gira sobre el aspecto limitado o no, de lo perfecto.

Si lo perfecto es algo “limitado”, entonces todo lo que sea ilimitado será imperfecto. En virtud de ello se ha dicho que los griegos consideraban como imperfecto lo infinito, ya que sólo lo que es “finito” puede estar acabado.

Pero lo infinito puede concebirse de otros modos, y en uno de ellos, por lo menos puede manifestarse la idea de perfección: es cuando lo infinito es algo absoluto.

Pico de la Mirándola en el siglo XV escribe De hominis dignitate. Esta doctrina acerca de la dignidad humana tiene una gran repercusión en sus contemporáneos, independientemente de la tendencia que tengan. Las palabras que  Pico de la Mirándola pone en boca de Dios: “No te he dado, oh Adán, un lugar determinado, ni un aspecto propio, ni una prerrogativa específica, para que de acuerdo con tu deseo y tu opinión obtengas y conserves el lugar, el aspecto y las prerrogativas que prefieras” muestran el modo en que el hombre se concibe. Este manifiesto en forma contundente le recuerda al hombre que es responsable de su propia construcción, que tiene poder de decisión sobre su vida y su destino. Pico de la Mirándola sostenía que el hombre es la única criatura que ha sido colocada en la frontera entre dos mundos y que posee una naturaleza  constituida de un modo tal que sea él mismo quien se plasme y se esculpa de acuerdo con la forma previamente elegida. La grandeza y el milagro del hombre residen, pues, en ser artífice de sí mismo, autoconstructor.

Hay una corriente que sostiene que el hombre no puede, por su naturaleza, alcanzar la perfección. Sostiene que son mucho más dignas las obras de la naturaleza que las palabras, las cuales son obra del hombre, pues tal desproporción existe entre las obras del hombre y las de la naturaleza, cual entre Dios y el hombre.

La relación de lo perfecto y lo real influye en el sentido de realidad, y por ende, en el desarrollo de la obra que cada uno realice. Si perfección y realidad se encuentran en un mundo ideal, manifestado por la armonía celeste de los cielos entonces se tratará de no modificar nada. Si en cambio, lo real es lo dado se tratará de transformarlo y la búsqueda es inacabada. El límite para transformar lo real es lo perfecto y eso, pareciera ser difícil de alcanzar. 

Ahora bien, entre las herramientas que el hombre tiene se encuentra el equipamiento para la percepción que no es uniforme para todo el mundo. El cerebro debe interpretar los datos brutos que recibe, y lo hace por medio de mecanismos natos y por medio de otros que son resultado de la experiencia. Selecciona las líneas relevantes de su depósito de esquemas, categorías, hábitos de inferencia y de analogía y eso da a las información que recibe  una estructura y por tanto un significado. Cada uno procesa la información con un equipamiento distinto. En la práctica estas diferencias son muy pequeñas, ya que la mayor parte de la experiencia nos es común a todos. Pero en ciertas circunstancias, las diferencias marginales entre un hombre y otro pueden adquirir una curiosa importancia. 

Cada época tiene una peculiar captación de la realidad. El mundo, con la adquisición de nuevos conocimientos se transforma necesariamente. Ahora bien, esta transformación, ¿qué efectos, qué consecuencias, tiene, si las tiene, para la historia de los que vienen después? Cada vez que el universo circundante cambia, se modifica, lo sólido, lo que creemos sólido se esfuma, se diluye.

Cada cambio histórico tiene como acompañantes, concepciones que van cambiando. Lo que no es problemático en una época, puede aparecer como algo a resolver, necesariamente, en otra. Posiblemente esto se deba a que las condiciones de vida que el mismo hombre crea, suelen modificar su entorno de un modo que, a veces, no tiene retorno.

Detrás de estos movimientos del hombre, detrás de esta búsqueda del hombre que va formando la historia, subyacen ideas. Ideas sobre lo sagrado, ideas sobre la vida, ideas sobre el universo. Ideas que permitirán o no al hombre postular conceptos, teorías que transformarán nuestra realidad o que, por el hecho de sostenerlas, impedirán el cambio. Una de estas ideas es la de perfección. Lo perfecto puede ser algo que podemos contemplar, tal vez explicar o algo a lo que se aspire.

El concepto de lo perfecto en cuanto conformador del sentido de lo real, es esa única y peculiar captación del mundo, del escenario en que nos movemos y que aun cuando quiere ser individual está teñida por tintes que tienen que ver con cada época en particular.

La historia ha mostrado, que más de una vez, el descubrimiento de ‘verdades’ cuya afirmación y difusión forzosamente cambiaron el rumbo de la ciencia y muchas veces el curso de la historia, puede llegar a ser muy peligroso, en principio para aquel que las descubre y para su entorno también. El aroma de la historia de la ciencia está teñido, con frecuencia no deseada, de sangre y olor a carne quemada. El hecho de que la advertencia al hombre sobre este aspecto de su quehacer esté presente desde muy temprano en el correr de los tiempos, deja de ser caprichoso para convertirse en una suerte de metáfora sobre los peligros que sus decisiones pueden acarrearle.

En la mitología griega el mito de Prometeo es emblemático. Prometeo es un Titán conocido como el “bienhechor de la humanidad”. Engaña a Júpiter en un sacrificio, quien decide no enviar más el fuego a los hombres. Prometeo le roba una chispa de fuego al Sol, cuando pasa con su carro, y se la lleva a los mortales. Júpiter entonces decide castigar a los mortales y, por supuesto, a Prometeo. Para ello, modela a una bella doncella, Pandora, y la envía a Prometeo con un presente, una caja cerrada. Prometeo desconfía y decide no aceptar ni a la doncella ni a la caja, pero su hermano Epimeteo, el “torpe” de la familia, cede a la tentación y abre la caja de la que salen todos los males que enferman al mundo del hombre. A su vez, Prometeo padece un castigo atroz. El mito alerta contra los peligros de apoderarse de los secretos de los dioses. El fuego es de los dioses. Prometeo, al robarlo y entregárselo a los hombres, los vuelve poderosos, ‘como dioses’. De ahí, el castigo. Lo que se castiga, al igual que en el Génesis es la curiosidad. La caja de Pandora, cerrada, no ofrece peligro alguno, pero su peligro radica precisamente en estar cerrada. Esa es la tentación, y el precio de ceder a ella es el mal de la humanidad.

En la Biblia, específicamente en el primer Libro, Génesis, encontramos la historia de Adán y Eva. El relato bíblico dirige la atención hacia las consecuencias de la sed de conocimiento, sed que en su carrera loca y sin contención ha provocado situaciones ciertamente peligrosas y destructivas para el género humano en particular y para la vida en general.

Maimónides, filósofo medieval, dice que el texto es una metáfora, que el relato del Génesis sucede constantemente en todos nosotros. La serpiente es la voz de lo irracional. Anular el gobierno de lo irracional, el dominio de la serpiente, es nuestra tarea. Maimónides sostiene que, efectivamente, el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios y que lo que hace al hombre semejante a Dios, es el conocimiento, la sabiduría, a través de la cual el ser humano debe intentar elevarse para elevar el mundo humano y eso exige una constante reflexión. Siguiendo a Maimónides, podemos decir que conservar el paraíso es el fruto de una reflexión constante sobre el conocimiento que se adquiere.

La serpiente, uno de los protagonistas de la historia, tiene el atributo arum, (del hebreo, astuto). En calidad de astuto, se dirige a la mujer, Eva. La conduce al análisis, provoca la duda y combate el temor. Promete: “Porque sabe Dios que en el día en que comáis del árbol se abrirán vuestros ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal.” Y en su afán de ser aun más perfectos, de alcanzar el poder del poderoso, comen del fruto del árbol del conocimiento y pierden el del árbol de la vida. Buscando la perfección, alcanzan la imperfección y se convierten en seres finitos. Destruyen su paraíso y transforman su habitat en un mundo de esfuerzo y dolor.

Una vez que Adán ha comido del fruto del árbol del saber, resuena la voz de Dios preguntando “¿Dónde estás?, pregunta que resuena hoy, renovando su validez. Es evidente que Dios no necesita respuesta. Sabe perfectamente donde están. Adán dilata la respuesta. Dios lo emplaza a contestar: “¿Acaso comiste del fruto del árbol del conocimiento?” El resto es historia conocida y la consecuencia directa de comer el fruto es el castigo, la finitud, la imperfección.

En el siglo XX, Hannah Arendt, en La condición humana, dibuja al hombre que, privado de eternidad, busca la inmortalidad a través de sus obras, un hombre que continuamente excede los límites de su propia condición. Relata el lanzamiento de un satélite y señala que la reacción ante este acontecimiento era de “victoria del hombre sobre la prisión terrena”. Para ella, el hombre está poseído por una rebelión contra la existencia humana tal como se nos ha dado y desea cambiarla por algo hecho por él mismo, incluso creando vida artificial. 

El conocimiento implica transformación, a veces transformación del mundo entero, y en ese sentido transformación de lo real. Hay un antes y después de la vuelta del sol al centro de la tierra, de la invención del telescopio, del descubrimiento de la fisión del átomo y de tantos otros conocimientos que han actuado, en manos de unos como algo beneficioso para la humanidad y en manos de otros como algo que ha puesto en peligro la continuidad de la vida en la tierra y hasta de la tierra misma. El avance de la ciencia ha traído a la humanidad grandes beneficios, pero también la ha puesto en gran peligro. Conocimientos que modifican incluso al ser humano, como es el caso de la ingeniería genética, conocimientos que permiten producir armas letales que pueden acabar con miles de vidas en segundos o en medio de grandes sufrimientos, como de hecho ha ocurrido y ocurre, deben ser objeto de una profunda, seria y continua reflexión científica, filosófica, general. En suma, ser humano nos atañe a todos. Podemos, con incertidumbre, preguntarnos con Víctor Hugo: “¿De qué estará hecho el mañana?”, o adueñarnos del mañana, construirlo a través de la reflexión. 

Es en este sentido de motor del mundo, de transformador, que hablo de conocimiento. La pregunta que Dios le hace a Adán: “¿Dónde estás?”, renueva su validez cada vez que el hombre intenta trascender los límites de su condición humana. Hay dos modos de situarse frente al conocimiento y ambos tienen que ver con el poder, ese poder que actúa como señuelo en la promesa de la serpiente: “Seréis como Dios, conocedores del bien y del mal.”

Una de las posturas es sopesar los pro y los contras que tiene continuar en esa carrera loca de adquisición de conocimientos y decidir qué hacer con eso que se sabe. Ese sopesar tiene que ver con una reflexión sobre lo perfecto que conserva la perfección.

La otra es ceder al deseo desmesurado de conocer las claves del universo y continuar tratando de atrapar las claves de la creación, para llegar a ser perfectos, a ser “como Dios, conocedores del bien y del mal”. 

Hay en todas las épocas quienes se les asemejan en su obrar, quizás guiados por las mismas razones. Por las características que le son propias, lo perfecto, para aquel que está situado en la historia, es difícil de eludir, porque señala en algún aspecto, el curso del pensamiento conceptual y filosófico. Ha habido ocasiones en que los conceptos de  perfecto y de Dios fueron identificados y de hecho, en filosofía, se ha probado la existencia de Dios a partir de la noción de perfección, en distintas épocas (Descartes y San Anselmo son algunos ejemplos). Si se acepta que sólo Dios es real, entonces el mundo se vuelve transitorio.

Uno de los principios fundamentales del Vedanta es que hay tantos senderos que conducen a Dios como hombres que lo buscan. Cada uno tiene necesidades, limitaciones y capacidades que producen esta diversidad, aun cuando la meta sea la misma. La enseñanza de Thakur permite que, sin deformar el propio temperamento, el aspirante pueda dirigirse hacia Dios. Estos caminos: la realización de todo con el propio esfuerzo, o bien, dejar todo en manos del gurú, de Dios pueden parecer contradictorios, pero son solo distintos senderos trazados con una meta común, la realización.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nos interesa su opinión: