miércoles, 19 de marzo de 2025

Artículos : CCV : Profesora Leonor Bakún : EL FILO DE LA NAVAJA - 2

 





EL FILO DE LA NAVAJA - 2

(Texto publicado anteriormente)

Leonor Bakún


Habíamos dejado a Nárada dándose cuenta de que la maldición de Prayapati ya no le hacía efecto y, además, no había sentido ni ira ni lujuria. Mientras los dioses celebraban el suceso como la victoria de Harí, como un acto de protección para salvar a su devoto, Nárada llegó a la fatal conclusión de que el mérito era suyo.

El ‘filo de la navaja’ había tomado la delantera. Cuando nos adherimos a Dios y vemos su presencia en todas nuestras acciones y pensamientos, el sendero es amplio, suave y fácil para nosotros. Pero cuando no lo recordamos, el sendero se vuelve estrecho, escabroso y hasta peligroso. Gradualmente se vuelve más angosto hasta convertirse en ‘el filo de la navaja’. Nárada caminaba ahora sobre el filo de la navaja y lo que es peor aún, no era consciente de ello. Ninguna precaución es excesiva.

Se convenció de que él era la persona viviente más grande y pensó que eso debería saberlo. Decidió que la primera persona a la que se lo contaría sería Shiva, el Señor de Kailasa, a quién se considera Gurú del renunciante porque conquistó las pasiones. Por eso Nárada quería conocer su reacción cuando le narrara la historia de su conquista. Esperaba que tuviese celos y temor de que su supremacía en ese campo llegara a su fin.

Al verlo llegar, Shiva se puso de pie para dar la bienvenida a este dedicado sabio de Harí. Nárada narró la historia de su victoria sobre la ira y la lujuria. Shiva escuchó pacientemente y cuando terminó le dijo: “Bien, amigo mío, muy bien. Lo que me has contado es muy bueno, pero, por favor, no lo cuentes a nadie más. No le digas una sola palabra de esto a Harí. Si él te busca la boca, tú guarda silencio.”

Este consejo de Shiva fue demasiado sutil para una mente nublada como la de Nárada y éste no lo comprendió. Lo que Shiva le estaba diciendo era: ‘Cuando tú llegaste pensé que oiría las glorias del Señor, como de costumbre. Con el relato de tu encuentro con Cupido malgastaste mi tiempo. Ahora no malgastes el precioso tiempo de otras almas piadosas con tu discurso.’ Shiva sabía muy bien quien había protegido a Nárada y tuvo compasión de él.  Quiso evitarle pasar por tonto ante Hari, pero su consejo cayó en oídos sordos. Nárada pensó que Shiva tenía celos y, por temor a que  nadie lo reconociera como el modelo perfecto de pureza y desapego, quería mantener en secreto la victoria de Nárada para proteger su propia fama. Pero Nárada pensó que se debía conocer la verdad, que él era el ser viviente más grande del mundo. Se despidió de Shiva y se dirigió a Vaikuntha, la morada de Vishnú.

El sentido común se había despedido de Nárada y se deslizaba rápidamente desde las alturas de la devoción en las cuales acostumbraba vivir. Cuanto más lo hacía, más elevado se sentía hasta que finalmente llegó a la conclusión de que él no era segundo de nadie... ¡ni siquiera de Hari! Con este convencimiento se presentó ante el Señor de Vaikuntha quien, regiamente ataviado, estaba reclinado despreocupadamente en su lecho serpentino mientras Lakshmi masajeaba sus pies.


Cuando el egoísmo nos domina, las tendencias reprimidas surgen con fuerza. Nárada estaba ahora en la cúspide del mundo. Todos y todas las cosas eran muy inferiores a él, sin exceptuar a Hari. El egoísmo ciega de una manera terrible. Nárada perdió de vista el hecho de que estaba ante el Señor mismo en quien meditaba habitualmente, cuyo dulce nombre cantaba sin cesar y cuya infinita gracia lo protegía dondequiera que estuviera.

El Señor se incorporó para recibir a Nárada y cortésmente dijo: “El muy reverenciado sabio nos está visitando después de mucho tiempo.” En circunstancias normales Nárada hubiera quedado perplejo al oír a Hari expresarse con tanta formalidad, porque la relación entre ambos era muy íntima y el Señor lo amaba como su propio hijo. Pero en vez de notar el cambio tácitamente aceptó que era muy natural que Hari se dirigiera a él de manera tan respetuosa. Aunque antes visitaba Vaikuntha diariamente, ahora llegaba después de largo tiempo para informar a Hari del motivo de su visita y relatarle lo que lo había mantenido alejado. Después de describir la historia de su conquista de la ira y la lujuria, lo miró expectante.

Con rostro grave el Señor dijo: “¡Oh Nárada! Por el solo hecho de tener tu ‘darshan’ la gente se libera de la lujuria y de otras debilidades del corazón. No hay que asombrarse de que tú mismo estés libre de esos males.” Sintiéndose un dios, Nárada respondió: “Todo es debido a tu gracia, mi Señor.” Dado que Hari le había brindado tan valioso cumplido, Nárada sintió que él también debía decir algo adecuado para la ocasión, como una forma de etiqueta. Pero en su interior estaba convencido de que su victoria era totalmente suya.

Si Nárada hubiera contemplado el rostro de Hari y observado su aspecto severo, habría comprendido bajo qué luz ver su cumplido. Pero la cualidad del egoísmo es volverse ciego a la realidad y aceptar únicamente lo que le conviene o lo halaga. Es así que el rostro severo del Señor escapó a la atención de Nárada mientras, con todo gusto, devoraba las palabras de elogio del Señor. El hambre por reconocimiento y apreciación crece más y más ante el elogio de las virtudes o logros.

Había un humor sutil en las palabras de Harí que escapó a la atención de Nárada. Satisfecho de que su grandeza hubiera sido reconocida, dejó Vaikuntha. 


Continuará…



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