sábado, 6 de julio de 2024

Artículos : CCV : Counselor Verónica Pomerane : Romain Rolland, Charla 28/6/24

 


Romain Rolland

Charla 28/6/24


No obstante, luego de haberle dejado su aguijón, ella le huyó, se rehusó a manifestarse. Ahora que su amor le traspasara, la avispa volvía a entrar en su vaina de piedra, él no podía animarla. El apasionado de la Diosa muda se consumía. Alcanzarla, estrecharla, robarle una señal de vi-da, una mirada, un soplo, una sonrisa, se convirtió en el único objetivo de su existencia. Se revolcaba en un rincón salvaje del jardín, como una jungla, meditando y llorando, despojado de sus vestiduras y del cordón sagrado, que ningún brahmín debe quitarse jamás; más el amor de la Madre le había revelado que, quien quiere pensar en Dios, debe primero despojarse de todos sus prejuicios. Era como un niño perdido. Suplicaba, con lágrimas, a la Madre, que se mostrase. Cada día que en vano pasaba le enloquecía. Había perdido todo control. Desesperado, revolcábase ante los visitantes, era para ellos objeto de piedad, ironía escandalo ¿Qué le importaba? Una sola cosa importaba: se sabía a dos dedos del bien supremo, lo separaba un tabique, y no podía atravesarlo. En su exhaltación sin nada que le guiase pues ignoraba la ciencia del éxtasis dirigido, que en el curso de miles de años la India religiosa anotó y codificó minuciosamente, con todo el rigor, se lanzaba al azar, llevado por el delirio ciego; y corría el riesgo de perecer. La muerte acecha siempre al yoguin imprudente, que anda sobre el abismo. Los testigos le describen en estos días de extravío, rojos el rostro y el pecho, como secuela de la afluencia sanguínea, los ojos bañados de lágrimas, el cuerpo sacudido por espasmos. Está en el límite de las fuerzas de la vida. Allá está la caída en la noche, la apoplejía, o bien, la visión...

¡Ve! El tabique cae... Le dejo hablar.


“Un día, yo estaba dominado por una intolerable angustia. Parecía que mi corazón se retorcía como un paño mojado... El sufrimiento me desgarraba. Ante la idea de que jamás en mi vida tendría la bendición de esa visión divina, se apoderó de mí un frenesí terrible. Pensé: Si esto debe ser así, ¡ya viví bastante!... La gran espada pendía, en el santuario de Kâlî. Mi mirada cayó sobre ella; y un relámpago atravesó mi cerebro: Ella... "Ella me ayudará a poner fin..." Me precipité. La empuñé como un loco... ¡Y he aquí!... La habitación con todas sus puertas y ventanas, el templo, todo se desvaneció. Me pareció que nada más existía. Y, en lugar de ello, percibí un océano del espíritu, sin límites, deslumbrante. Dondequiera volviera mis ojos, por más lejos que mirase, veía llegar enormes olas de este océano reluciente. Se precipitaban furiosamente sobre mí, con un ruido formidable, como para tragarme. En un instante, estuvieron sobre mí, se desplomaron, me sepultaron. Sacudido por ellas, me ahogué. Perdí la conciencia, y caí... No sé cómo pasaron ese día y los siguientes. Dentro de mí rodaba un océano de júbilo inefable. Y hasta el fondo, yo tenía conciencia de la presencia de la Madre Divina...


Se observará, en este bello relato que, salvo las últimas palabras, no existe más la cuestión de la Madre Divina, Ella se fundió en el Océano...

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