La Santa Madre, la que permanentemente nos alimenta
Devoto: ¿El Maestro realmente come (el prasada)?
SM: ¿Crees que no noto si el Maestro come o no? Se sienta a comer y come.
Devoto: ¿Lo ves realmente?
SM: Sí, él come algunas cosas, pero simplemente mira otras. De hecho ¿alguna vez saboreas todas las cosas en todo momento, o la comida que comen todos? Es así. Depende de la intensidad del sentimiento de devoción. La devoción es lo principal.
Como siempre, la Santa Madre va por el camino de lo más próximo y cotidiano a lo más profundo, sin escalas: ofrecer una comida, algo que ella hace diariamente, es un acto de servicio y de amor. Pero lo que lo hace una ofrenda es la devoción, es decir, el sentimiento y la actitud de adoración hacia Thakur, en este caso, ya que se ofrece el alimento y se espera que la divinidad lo acepte, pose su mirada en él. Y así, lo consagre.
¿Cómo es que la deidad participa de las ofrendas? El devoto que conversa con ella, se lo pregunta y entonces, la Madre responde: “Una luz sale de sus ojos y “lame” todo lo que constituye la ofrenda. Y ¿qué? ¿Acaso el Maestro necesita comer? Ciertamente no. Pero come de lo que se le ofrenda sólo por dar gusto a sus devotos. El sagrado prasad purifica el corazón. La mente se vuelve impura si uno come los alimentos sin antes haberlos ofrendado a Dios.”
Y acá me parece que hay algo importante en lo que dice Ma Sarada: el Maestro no necesita comer. Lo hace, de la forma en que describe la Madre, para responder a la adoración de sus devotos y purificar su corazón. A veces, esto a mí se me pierde un poco de vista: la oportunidad de servirlo es un don, un privilegio que Thakur, la Santa Madre y mi propio gurú me están otorgando para mi elevación.
En una oportunidad, viviendo en Bospara, la Madre tenía una discípula que la atendía. Un día, le pidió a esta mujer que hiciera la ofrenda al Maestro y ella se excusó de hacerla diciendo que no sabía cómo. La Madre, entonces le dijo:
“Mira, considera al Maestro como alguien muy íntimo y ruégale, diciendo: “Ven aquí, siéntate y come”. Luego imagina que Él ha venido, se ha sentado y está comiendo. ¿Es realmente necesario un mantram para servir la comida a una persona de nuestra intimidad? Es como tener de huésped a un familiar. El Maestro aceptará tu adoración, en cualquier forma que la realices”. Tras lo cual, le enseñó a la discípula lo que le impedía realizar la ofrenda: el mantram.
Porque realizar la ofrenda tiene un procedimiento, como bien percibe la servidora. Pero siempre hay algo más importante que el ritual por sí mismo: su destinatario. “El servicio, en el real sentido de la palabra, no es un mero pasatiempo. Se debe cuidar que sea hecho sin ninguna falla. Pero la verdad es que Dios conoce nuestro escaso juicio y nos perdona”, dice la Madre en otro momento.
Más allá de alimentarnos espiritualmente, dar de comer en sentido real y concreto fue algo que Ma Sarada hizo toda su vida (como dice Leonor Bakún, “ahí donde te encontraba, la Madre te daba de comer”). Es un servicio pero también un don, que se da y se recibe con alegría: Swami Shivananda, uno de los discípulos de Thakur, conocido también como Mahapurush, recordaba en su vejez una anécdota con la Santa Madre.
Una vez fue a visitarla a Jayrambati, donde la Madre estaba al cuidado de Swami Saradananda. Él fue a verla con Swami Ramakrishnananda y otro monje. La Madre estaba encantada de tenerlos y se tomó mucho trabajo para alimentarlos bien y que estuvieran contentos. Jayrambati era una aldea pobre, donde no había muchas cosas: Ma Sarada había logrado conseguir leche, vegetales y hasta té, porque sabía que, en Calcuta donde vivían los muchachos, tomaban té.
Un día decidieron cocinar para ella, y se lo dijeron, a lo que la Madre contestó: “¿Pero cómo se les ocurre, hijos míos? Soy su madre, es mi deber cocinar para ustedes. Y en cambio, acá están queriendo cocinar para mí. No serán capaces de aguantar ni el humo de la cocina.” Siguieron discutiendo hasta que Swami Shivananda le dijo: “Venimos de familias brahmines, ¿por qué te tendría que molestar tomar alimentos preparados por nosotros? Hasta el Maestro aceptaba nuestra comida”. Y así, finalmente la Madre se rindió. Y dice Mahapurush: “Swami Ramakrishnananda y yo cocinamos, y la Madre estuvo muy contenta con la comida”.
Lic. Cristina V.
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