lunes, 8 de enero de 2024

Artículos : CCV : Profesora Leonor Bakún : Swami Vivekananda. Estampas

 



Swami Vivekananda. Estampas  

Leonor Bakún

En el Srimad Bhagavatan, Sri Krishna dice que los signos de realización espiritual de una persona son: “A pesar de ser muy versado, se comporta como un chico; a pesar de ser un experto en todo, permanece tranquilo como un niño, oyendo sus palabras incoherentes, la gente lo toma por loco; estando establecido en los Vedas, su conducta deja perplejos a los demás”. (I.18.29)

Difícil no pensar en Swamiji cuando uno lee esas palabras. Él era solo un muchacho cuando se encontró por primera vez con Sri Ramakrishna, quien había tenido una visión de un rishi y lo reconoció como la encarnación de ese sabio. Sabemos de ese encuentro, del camino y difícil trayecto que recorrió, de su enseñanza y de su vida por registros escritos por sus discípulos. Seleccioné, entre esos textos una serie de estampas que muestran su especial forma de ser. 

Normalmente nos referimos a sus palabras, su enseñanza y también a algunos momentos en los que parecía deslizarse de sus hombros la túnica del monje para dejar entrever la armadura del guerrero cuando desdeñando majestuosamente la búsqueda de excusas o justificaciones se lanzaba fogosamente para reducir a cenizas una falsa acusación o una crítica malévola.

Pero también tenemos historias que lo muestran en un aspecto más cotidiano, donde interactúa con sus devotos en lo práctico, mostrando su grandeza precisamente al preocuparse porque ellos estén cómodos y bien. 

En el libro Pláticas inspiradas, en el capítulo “El Maestro” una devota discípula suya traza una semblanza de Swamiji. Lo recuerda como alguien diferente de todos los demás, puro y casto, poco atraído por la simple belleza femenina, solía decir, sin embargo, que le gustaba cruzar espadas con las mujeres brillantes e inteligentes ya que, dado que la mujer hindú suele estar recluida, esa era una experiencia nueva para él.

Una tarde después de haber dado una lección ella lo encontró parado al pie de una escalera con una expresión entre la perplejidad y el desconsuelo mirando a la gente que subía y bajaba. De repente su rostro se iluminó y dijo: “¡Lo tengo! Al subir las escaleras el caballero precede a la dama, al bajar la dama precede al caballero ¿no es así?” Le preocupaba cometer una falta de etiqueta con sus huéspedes.

Respecto a los que querían tomar parte en su obra, exigía que fueran puros de corazón.

En una de sus clases sobre Raya Yoga dijo: Supongan que nuestro destino dependiera de una partida de ajedrez ¿No sería deber primordial aprender el nombre y movimiento de las piezas? Pero la vida, la dicha, la fortuna en cada uno dependen del conocimiento de las reglas de un juego más difícil y complicado que el ajedrez. Un juego que se viene practicando desde los tiempos más remotos y todo hombre y toda mujer son los jugadores. El tablero: es el mundo. Las piezas: los fenómenos del Universo. Reglas del juego: las leyes de la naturaleza. El otro jugador está oculto para nosotros. Su juego es siempre claro, justo y paciente pero no pasa por alto ni una falta. Al que juega bien se le premia, al que juega mal: jaque mate.

A pesar de que la gran mayoría de sus discípulos era mayor que él, lo veían como un padre, por su infinita paciencia y dulzura con ellos. Su cocina era muy apreciada y veían una lección en el hecho de que alguien brillante, grande y sabio atendiera sus más pequeñas necesidades.

Swami Satyamayananda en Autoimágenes relata que en una oportunidad estaba Swami Vivekananda con su discípula Ellen Waldo en la sala de estar de una casa en Nueva York. La habitación tenía un espejo que se extendía desde el suelo hasta el techo. El espejo parecía fascinar a Swamiji. Se paraba frente a él una y otra vez, mirándose concentrada e intensamente. Mientras caminaba de un lado a otro abstraído en sus pensamientos. Miss Waldo lo miraba ansiosamente. Pensaba “ahora la burbuja explotará” “Él está lleno de vanidad”. De repente, él se volvió  hacia ella y dijo “Ellen: Es la cosa más extraña. No puedo recordar cómo me veo. Me miro y me miro en el espejo pero al darme vuelta olvido mi imagen”

Una mañana, hallándose en Camp Irving, California del Norte, el Swami encontró a Shanti (la Señora Hansborough) preparando comida en la cocina justo en el momento de su clase matutina. “¿No vienes a meditar?”, le preguntó. Shanti replicó que había descuidado planificar su trabajo debidamente y que, por lo tanto, ahora debía quedarse en la cocina. Swamiji le dijo: “No te preocupes. El Maestro dijo que podías cambiar la meditación por el trabajo. Está bien, yo meditaré por ti”.

En una carta desde Percy, fechada el 7 de junio de 1895, Swami Vivekananda le escribió a la Señora Ole Bull: “Este es uno de los lugares más hermosos que jamás haya visto. Imagínese un lago rodeado de colinas cubiertas de bosques inmensos, sin nadie salvo nosotros. Tan hermoso, tan pacífico que podrá imaginarse cuán feliz soy de estar aquí luego del bullicio de las ciudades. Estar aquí me devuelve la vitalidad. Voy al bosque solo y leo mi Gita y soy completamente feliz. Dejaré este lugar aproximadamente en diez días e iré al Parque Thousand Island. Allí meditaré hora tras hora y estaré totalmente solo conmigo mismo. La sola idea de esto es ennoblecedora”.

Después de pasar el verano en Thousand Island Park, el Swami viajó a Inglaterra y su discípula recién volvió a verlo cuando fue a dar conferencias en su ciudad, en 1896. El Swami viajaba con su taquígrafo, el fiel Goodwin. Ocuparon un departamento de un hotel familiar, destinando la sala más grande para clases y conferencias. Igual, mucha gente debía regresar sin poder escucharlo pues el lugar no tenía suficiente capacidad para recibir a todos los que acudían a verlo. Terminaron usando la habitación, el vestíbulo, la escalera y la biblioteca y tampoco así.

Su última aparición en público en Detroit, fue en Bet-El, un templo cuyo rabino, era un ferviente admirador del Swami. Se hizo un domingo a la tarde y hubo cientos de personas que tuvieron que volverse por falta de lugar. Habló sobre el “Mensaje de la India al Occidente” y “El ideal de una religión universal”.

Muchos jóvenes seguían su enseñanza. Uno de ellos, Swami Somananda fue uno de los primeros miembros de la Orden en el sur de India. Cuando todavía no tenía veinte años de edad anunció a su madre que dejaba el hogar para ir al encuentro de Swami Vivekananda y pedirle iniciación. Nunca lo había visto ni conocía miembro alguno de la Orden. Además no tenía dinero. No obstante, emprendió su camino y llegó a Madrás caminando, una distancia que el tren expreso recorre en ocho horas. Allí le dijeron que Swami Vivekananda acababa de partir para Calcuta. Caminó hasta Calcuta mendigando su alimento durante toda la travesía. Calcuta está a cuarenta horas de tren desde Madrás. Al llegar le dijeron que Swami Vivekananda estaba en Cachemira. Caminó hasta Cachemira sólo para enterarse de que Swami Vivekananda se había ido a un retiro desconocido en algún lugar de los Himalayas. Entonces se sumergió en las montañas… y lo encontró. 

Cuando Swamiji regresó a India, un enorme entusiasmo prevalecía desde hacía algunas semanas en Madrás y sus alrededores. 

El Swami decidió retornar a su ciudad natal por mar desde Madrás para recuperar fuerzas después de tantas jornadas agitadas. Sabiendo que por prescripción médica debía tomar leche de coco en lugar de agua, sus seguidores enviaron al barco una enorme cantidad de cocos. Mrs. Sevier, al ver semejante cantidad de cocos, le preguntó si era un barco de carga que embarcaban tantos cocos. El Swami, muy divertido, le contestó: “En absoluto. Se trata de mis cocos” y los compartió con el Capitán y los pasajeros, dando muestras nuevamente de su humor y de su desprendimiento.

Esta selección, pequeña por cierto, nos permite vislumbrar ese Swami Vivekananda que comparte hermosos y divertidos momentos con sus devotos. Pero también nos muestra su grandeza, su sentido del humor, su practicidad para resolver situaciones que dejarían perplejos a más de uno. En suma, lo muestra más cercano, entrando a nuestra cocina, estudiando los códigos de etiqueta o simplemente relatando lo feliz que lo hace tener un momento sólo para Él. Lo que quiero decir es que para esos devotos que tuvieron la generosidad de contarnos esas historias debe haber sido como pegar un gran salto sin paracaídas. Acostumbrados a que la sola presencia, el solo nombre de su Maestro atraía multitudes se encontraron de golpe con alguien que quería entender cómo se subía una escalera o trataba de recordar su imagen en un espejo.

- Profesora Leonor Bakún



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