domingo, 23 de agosto de 2020

SEGUIR APRENDIENDO: Lic. Cristina V. (22.8.20): Sobre la luz

 


Sobre la luz:

Esta semana, en una charla, Eckhart Tolle que es un escritor y conferencista alemán especialista en espiritualidad,  dijo que si queríamos recordar quiénes éramos pensáramos en la frase de Jesús: “Ustedes son la luz del mundo”. ¡Qué hermoso me pareció! ¡qué gran privilegio! 

Jesús lo había dicho de sí mismo, pero también de sus seguidores: “Ustedes, les dijo, son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.” Mateo 5, 13-16. 

Esto, dice Tolle, no significa que como individuos seamos muy especiales: “Se refería a la luz del mundo que ilumina todo, lo que lleva a la existencia a todo lo que nos rodea: el estado consciente  (awareness, dice Swamiji). Imaginen este cuarto o donde están. Sin su consciencia o la consciencia de alguien, ¿hay habitación? ¿existe una mesa, un techo, luces? Claro que no. Así, “ser la luz del mundo” significa que ustedes son la consciencia del mundo.Y esa es la esencia de lo que somos. La consciencia del mundo emana de la fuente de toda vida, de la misma manera en que la luz emana del sol.

Esta consciencia (que nosotros podríamos llamar “Satchitnananda”), emana de Dios, en un sentido trascendental, en el sentido de la dimensión divina, la inteligencia, la inconcebible fuente de toda la vida que continuamente hace crecer, continuamente emana, y quiere crear.” Lo que en palabras de la Biblia sería la luz divina, la luz increada, en la medida en que se ha creado a sí misma y crea. 

Y nosotros llevamos dentro esa luz y esa consciencia.

Mircea Eliade, el  investigador de ciencias sagradas rumano, escribió  un interesantísimo artículo titulado “Palamas y la luz tabórica”, sobre  un gran teólogo del siglo XIV que defendió a unos monjes acusados de herejía. Estos monjes, que vivían en el monte Athos, hacían prácticas en las que se mantenían quietos física y psíquicamente, recitando incesantemente una “plegaria del corazón”.  Un mantra, en una palabra.  El objetivo de las prácticas era acceder a la visión de la luz increada, es decir, la luz divina que tantas veces menciona la Biblia. 

Palamas defiende a los monjes diciendo que la luz divina es un dato de la experiencia mística, es el carácter visible de la divinidad. Y agrega Eliade: “Para él, la luz es propia de Dios por naturaleza, existe fuera del tiempo y del espacio y se hace visible en las teofanías del Antiguo Testamento.” Y esa luz divina, en su forma más cegadora, es la que envuelve a Jesús en su transfiguración en el Monte Tabor, y es la que ven los apóstoles por la gracia de Dios.   “El que participa en la energía divina se convierte él mismo, de alguna manera, en luz; es unido a la luz y, mediante la luz, ve en plena conciencia todo lo que permanece escondido a aquellos que no han tenido esta gracia.” Esto, que dice Eliade, me parece una hermosa forma de definir la realización de Dios. 

La tradición, dice  Eliade, se mantiene en las iglesias ortodoxas y cita un caso famoso de irradiación corporal de San Serafín de Sarov, a  comienzos del siglo XIX, comparable a la epifanía de Krishna, según se relata en el canto XI del Bhagavad Gita

 “Como  si  la  deslumbradora  luz  de  mil  soles  juntos  surgiera  de  repente  en  medio  del firmamento, tal era el refulgente esplendor que desprendía de Su Espíritu Supremo.”

Y agrega Eliade: “Recordemos también que Sri Ramakrishna, contemporáneo de San Serafín de Sarov, se mostraba a veces luminoso o como rodeado por llamas. "Su cuerpo parecía todavía más alto y tan ligero como un cuerpo visto en sueños. Se iba haciendo luminoso, el color moreno de su cuerpo tomaba un tinte muy claro [...]. El color ocre de su vestidura se confundía con el resplandor de su cuerpo, y podía creérsele rodeado de llamas" (Saradananda, "Sri Ramakrisbna, the Great Master", trad. inglesa, segunda edición revisada, p. 825).

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