miércoles, 27 de noviembre de 2019

SEGUIR APRENDIENDO: Profesora Leonor Bakún: El filo de la Navaja(III)







EL FILO DE LA NAVAJA
Aventuras de Nárada
Capítulo III


Después de hacer estado en Kailasa y Vaikunta, Nárada sintió que había llegado el momento de salir en peregrinación por el universo y dar su ministerio espiritual. Hasta ese entonces había ayudado a la gente en calidad de ‘emisario de Hari’. Ahora, era él, por derecho propio, quien socorrería a los necesitados en el campo espiritual. 


Nárada era un verdadero devoto. ‘Al hacedor del bien nunca le llega el pesar’, promete Sri Krishna en el Gita (VI-40). El Señor no permitiría que su amado devoto cayera en la aflicción, lo protegería. 


La estrategia del Señor para rescatarlo del abismo de la degradación espiritual comenzó cuando hizo surgir a lo largo de la ruta por la cual transitaba Nárada, un reino dorado, encantador. Nárada había viajado por todo el universo pero no recordaba haber visto un lugar así. Sorprendido, decidió visitarlo. El lugar era un paraíso: altos edificios palaciegos, caminos amplios, jardines con flores multicolores, abundancia de frondosos árboles, atractivos lagos de aguas cristalinas, raras especies de pájaros y animales y mujeres y hombres plenos de vitalidad y buen humor. Todo era encantador y tentador. Desbordaba prosperidad y felicidad.


Había en la ciudad un ánimo festivo. Luego de recorrerla, Nárada decidió visitar el palacio. La princesa de ese reino elegiría esposo y los habitantes del lugar se disponían a celebrar la ceremonia Svayamvara. Tan pronto como la noticia de la llegada del divino sabio llegó a sus oídos, el rey y la reina se apresuraron a darle la bienvenida con todos los honores. El rey lavó los pies del sabio, lo adoró y pidió su bendición. Luego llamó a toda su familia y uno por uno se prosternaron a los pies de Nárada solicitando su gracia. Finalizadas las salutaciones, el rey le presentó a la princesa diciendo: “Esta es mi hija Visvamohini: pronto contraerá matrimonio. Le ruego que la bendiga y nos diga algo de su futuro.”


Nárada jamás había visto una mujer tan hermosa. Fiel a su nombre, la joven era realmente Visvamohini, el que puede seducir al mundo entero por su belleza. Cayó a sus pies encendido de amor. La joven se inclinó ante él y le tendió su mano. Cuando Nárada vio las líneas de su palma quedó anonadado: vio que el que sería su esposo se volvería inmortal: nadie podría vencerlo en la guerra y recibiría el amor, la adoración y el servicio de todos los seres del universo. Se preguntó si el esposo de Visvamohini ya tenía esas extraordinarias cualidades antes de casarse con ella o si le llegarían a causa de su casamiento con ella. La mente alucinada de Nárada apostó a la esperanza del futuro y se convenció de que quienquiera se casara con la princesa, obtendría esas benditas cualidades.


Si Nárada hubiera estado en sus cabales, habría visto con claridad que la princesa se casaría con alguien que ya tenía esas cualidades y que el Señor era el único poseedor de tales dones. Y se habría dado cuenta de que ella era un aspecto de Lakshmi, en la forma de Visvamohini. 


El encanto de la princesa lo había atraído y comenzó a pensar de qué manera podría llegar a ser su esposo. Recurrió a la astucia y no reveló la verdad acerca del futuro de la princesa. Quería así asegurarse de que lo elegiría a él como esposo. Pensó que lo que más necesitaba para lograr su objetivo era la belleza del Señor. Con ella su propósito sería logrado fácilmente. Si bien Nárada era una persona agradable, el deseo y la pasión que habían nublado su mente, le generaron una gran debilidad interior que experimentaba  ahora. La ironía de esta situación radicaba en que Nárada, quien se jactaba de haber conquistado la lujuria, se había vuelto un esclavo de ella y lo que es peor, ignoraba completamente la realidad de la situación.


Así las cosas decidió visitar a Harí para pedirle que le concediera su propia belleza.  Nárada se dirigió apresuradamente a Vaikuntha, pero el Señor se le apareció y le preguntó: “¿Dónde vas hijo mío? Se te ve muy perturbado.” Nárada cayó a sus pies y le rogó: ‘Señor, te lo ruego, concédeme tu belleza: soy tu dedicado servidor. Yo sé que Tú harás todo lo que sea beneficioso para mí.’ Harí sonrió. Con seguridad que haría todo lo que fuera beneficioso para su devoto. “Concedido”, dijo. Nárada se prosternó ante Él, quien agregó suavemente: “Cuando un paciente pide una medicina que no corresponde, el médico ¿se la suministrará o le dará la que corresponde para su recuperación?”. Pero en cuanto Nárada oyó ‘concedido’, su mente se llenó con el pensamiento de que él sería el elegido por Visvamohini y no escuchó el resto. 


La mente humana tiene una capacidad especial para justificar hasta las cosas menos justificables. Es peligroso confiar demasiado en una mente que no ha aprendido a llamar a las cosas por su nombre. Es necesario estar alerta para asegurarse de que uno no está engañandose. Una eterna vigilancia es el precio de la libertad.


La mente de Nárada se había convertido en su propio enemigo. Después de escuchar la palabra ‘concedido’ quedó satisfecho y precipitadamente regresó al lugar donde se celebraría la ceremonia ‘Svayamvara’. Ignoraba que el Señor le había suministrado ‘la medicina correcta’. La belleza que le había otorgado era... ¡la apariencia de un mono! El mono tiene una tendencia pronunciada a la lujuria. Nárada, internamente, ya se había convertido en un mono. Simplemente el Señor hizo exteriorizar ese mono. 


Tener un enemigo en nuestro propio campo es malo, pero ignorar que ese enemigo existe es mucho más grave. En la vida espiritual los obstáculos y conflictos son inevitables y para vencerlos primero debemos conocerlos. Por lo general, desconocemos cuáles son las vallas que bloquean nuestro progreso por eso es indispensable el autoexamen en la práctica espiritual. Hacerse consciente de los propios defectos es muy bueno, desembarazarse de ellos es el próximo paso. El Gurú es quien saca a la luz las dificultades de la mente del discípulo y le enseña cómo manejarlas. Y esto es lo que hizo el Señor.


Si bien el rostro de Nárada había tomado la apariencia de un simio, él no se miró al espejo. Por un lado estaba demasiado ocupado pensando en la princesa y por el otro, el Señor no quiso que se enterara de esto hasta que llegara el momento preciso. Nárada, por lo tanto, se dirigió a la ceremonia Svayamvara seguro de que era cuestión de horas lograr su propósito de poseer a la princesa.


Puede parecer extraño que un sabio como Nárada recurra al Señor para algo así. Al mismo tiempo precisamente porque lo hizo fue salvado ‘por la gracia del Señor’. Aunque el deseo sea mundano es mejor rogar a Dios para que lo cumpla que intentarlo por medios mundanos. De hecho ‘devoción con deseo’ no es condenado abiertamente por las escrituras. La devoción con deseo tiene por fin la felicidad del devoto y el medio para lograrlo es Dios.


La vasta mayoría de las personas considera imposible abandonar sus múltiples deseos. Por eso los maestros vedánticos aconsejan: ‘Dios es el rey y nosotros sus súbditos. Él es nuestro Padre, Madre, Amigo y Bienamado. El hijo del Rey pide a su padre las cosas comunes de la vida. Si queremos cumplir algún deseo mundano, vayamos a Dios con ese propósito. Es mucho mejor buscar la ayuda divina que recurrir a astucias mundanas.’ El  hombre está lleno de deseos insatisfechos. Si no se le muestra un camino para satisfacerlos, buscará otro por su propia cuenta que será más peligroso y funesto, sin duda alguna. Las escrituras indican oraciones, rituales, austeridades, mediante lo cual hasta los deseos puramente mundanos pueden ser cumplidos. Los métodos están explicados de tal manera que cuando se los sigue forzosamente se debe practicar algo de autocontrol y purificación.


Los Vedas no nos dicen: ‘tú debes hacer estos rituales para obtener gozos mundanos’. Ellos simplemente dicen: ‘si tienes un deseo particular, he aquí el método para lograrlo. Y al mismo tiempo indican que todos los deseos mundanos, se cumplan o no, es seguro que ocasionarán pesar de una manera u otra. Igual, la mayoría de la gente continúa persiguiendo fines mundanos. Llega un momento, dicen los maestros, en que ‘devoción sin deseo’ se transforma en verdadera devoción. Tarde o temprano  aprendemos que tan pronto como un deseo queda satisfecho, diez más comienzan a deslizarse en la mente. Descubrimos que los deseos quitan la paz mental, drenan nuestras energías físicas y mentales y nos mantienen siempre insatisfechos. Vemos que es realmente práctico recurrir a Dios para todas nuestras necesidades.


Nárada hizo una cosa buena. Su deseo mundano le hizo buscar la ayuda de Dios para conseguirlo. De qué manera esa actitud suya lo protegió lo veremos en el próximo capítulo.


CONTINUARÁ…

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