viernes, 1 de marzo de 2019

SEGUIR APRENDIENDO: Counselor Veronica Pomerane (23.2.2019)




Pereza mental, dolencias, dudas, falta de entusiasmo, indolencia, anhelo desmedido por placeres sensorios, falsa percepción, desesperación por falta de éxito en la concentración, inestabilidad, estas distracciones son obstáculo para el conocimiento.
Estas distracciones van acompañadas de aflicciones y desaliento.
Debe observarse que casi todas las distracciones señaladas se encuentran en la lista de
tamas.
La inercia es el gran enemigo, inspira cobardía, irresolución, autocompasión y dudas absurdas.
La inercia nos incita a relajarnos en el cumplimiento de nuestras obligaciones, tomar refugio en la enfermedad y meternos bajo una tibia frazada.
El cuerpo se resiste a todas las disciplinas desacostumbradas y posiblemente trate de
sabotearlas mediante alarmantes e histéricas demostraciones de debilidad.
Esta resistencia es subconsciente y los síntomas que genera son hasta cierto punto auténticos. Por lo que no es bueno tratar combatirlos por la fuerza.
En cambio, podemos atacar nuestra inercia a nivel del subconsciente mediante una silenciosa persistencia en el japa.
Nunca estaremos demasiado enfermos o débiles para ello.
Y la inercia aflojará su dominio poco a poco, cuando comprenda que nosotros realmente lo hemos tomado en serio.
La religión no es simplemente un estado de euforia; habrá reincidencias, momentos de lucha, aridez y dudas.
Sentimientos conscientes, por más exaltados que estos sean, no son prueba de progreso espiritual. Puede que estemos progresando más firmemente en el momento en que nuestras mentes parecen oscuras y embotadas. Por lo tanto, no debemos escuchar nunca las insinuaciones de la indolencia, la cual intentará persuadirnos de que ese embotamiento es un signo de fracaso. El fracaso no existe, mientras continuemos haciendo un esfuerzo.
La calma imperturbable se logra cultivando una actitud amistosa hacia los que son felices, compasiva con los que sufren, de alegría con los virtuosos y de indeferencia hacia los malvados.
La concentración también puede ser lograda fijando la mente en la Luz Interior, la cual está más allá de todo pesar.
Los antiguos yoguis creían que existía un centro espiritual de conciencia llamado
'el loto del corazón' situado entre el abdómen y el tórax, el cual podía ser revelado en profunda meditación Ellos aseguraban que tenía la forma de un loto y que ese loto brillaba con una luz interior. Aquellos que lo veían quedaban plenos de un extraordinario sentimiento de paz y dicha.
Desde tiempos muy antiguos, los maestros de yoga enfatizaban la importancia de meditar en este loto. “El supremo cielo resplandece en el loto del corazón",
dice el Kaivalya Upanishad,
"Los que luchan y tienen aspiración pueden entrar allí.
Tan grande como el universo exterior, más grande aún es el universo dentro del loto del corazón.
Dentro de ese loto están el cielo y la tierra, el sol, la luna el relámpago y todas las estrellas. Todo lo que está en el macrocosmo está en el microcosmos.
Todas las cosas que existen, todos los seres y todos los deseos, están en la ciudad de
Brahman. ¿Qué sucede con todos ellos cuando se aproxima la vejez y el cuerpo se disuelve en la muerte?
Si bien la vejez le llega al cuerpo, el loto del corazón no envejece. A la muerte del cuerpo, él no muere. El loto del corazón donde Brahman existe en toda Su gloria, Aquéllo y no el cuerpo es la verdadera ciudad de Brahman. Brahman morando allí dentro es inconexo de toda acción, eterno, sin muerte.
En el Mundaka Upanishad leemos:
"El mora dentro del loto del corazón, como los rayos de una rueda, donde los nervios se encuentran. Medita en él como “OM” y fácilmente podrás cruzar el mar de la oscuridad".
“En el loto resplandeciente del corazón mora Brahman quien es sin pasión e indivisible.
Él es puro, Él es la luz de las luces. A Él los conocedores del Ser alcanzan".
Dios está dentro nuestro y es por la luz de Su presencia -no importa cuán tenuemente brille a través de las capas de nuestra ignorancia- que nosotros ideamos nuestras propias imágenes y símbolos del bien y las proyectamos sobre el mundo exterior.
Hacemos sagrado todo lo que adoramos con sinceridad y pureza.
Como expresara Kabir el gran santo Hindú, en uno de sus más famosos poemas:
Sonrio cuando oigo que el pez,
viviendo en el agua, tiene sed.
Tú vagas sin descanso de bosque en bosque,
mientras la Realidad está dentro de tu propia morada.
La verdad está aquí!
donde quieras ir, a Benares o a Mathura;
hasta que no encuentres a Dios en tu propia alma,
el mundo entero te parecerá sin sentido”.

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