Sobre My Master, de Swami Vivekananda
Estos son algunos comentarios sobre My Master (Mi Maestro), una obra de Swami Vivekananda no traducida al español. Su texto surge de conferencias que dio en Nueva York y Londres, en ocasión de su segunda visita a Occidente, en la cual sigue llevando a cabo la enorme tarea de hacer conocer la palabra de su maestro, la tradición del hinduismo y la de la India.
En Mi Maestro Vivekananda elige no ir directamente al objeto de su presentación, como si fuera un orfebre que tiene que engastar un diamante de gran valor y quiere realizar un engarce que sirva para realzar la piedra. Así, antes de hablar de Thakur, comienza por mencionar las diferencias entre Oriente y Occidente, subrayando la importancia de la religiosidad oriental para luego describir las tradiciones primero del Vedanta, después de la India.
Solo entonces y de a poco, va haciendo foco en la figura de su protagonista: “Fue mientras se llevaban a cabo reformas de varias clases en la India que un niño nació de padres brahmines pobres, el 20 de febrero, en 1835, en una remota aldea de Bengala. El padre y la madre eran gente muy ortodoxa. La vida de un Brahmin verdaderamente ortodoxo es una de permanente renuncia”. La religiosidad de la familia y las tradiciones espirituales del país son las dos claves que le sirven a Swami Vivekananda para realzar la figura de su maestro.
Finalmente, Vivekananda mismo aparece en escena: “Escuché hablar de este hombre y fui a oírlo. Parecía un hombre común y corriente, no había nada extraordinario en él. Usaba el lenguaje más sencillo y yo pensé ‘¿Puede ser este hombre un gran maestro?’ Me arrimé a él y le hice la pregunta que le había venido haciendo a otros toda mi vida: ‘¿Cree en Dios?’ ‘Sí’, me contestó. ‘¿Cómo?’ ‘Porque lo veo como lo estoy viendo a usted aquí, solo que es una sensación mucho más intensa’. Esto me impresionó inmediatamente. Por primera vez había encontrado un hombre que se atrevía a decir que veía a Dios, que la religión era una realidad para sentir, para ser percibida en una forma infinitamente más intensa que la forma en que percibimos al mundo.”
A partir de ese momento, Swami Vivekananda entra en su propio relato como testigo de la vida de Sri Ramakrishna, al que describe así: “En presencia de mi Maestro descubrí que un hombre puede ser perfecto, incluso en este cuerpo. Esos labios nunca maldijeron a nadie, nunca criticaron a nadie. Esos ojos estaban más allá de la posibilidad de ver el mal, esa mente había perdido el poder de pensar el mal. Él no veía sino el bien. Esa tremenda pureza, esa tremenda renunciación es el único secreto de la espiritualidad”.
Así Vivekananda, el apóstol, el mensajero, presentó a su maestro, Sri Ramakrishna, a la civilización occidental. A mi entender, esto necesitó del joven monje grandes dosis de valor, de sabiduría y una enorme vocación de servicio. Dotes que, creo, también podemos apreciar ahora mismo en quienes, entre nosotros, se dedican a mantener viva la llama.
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