lunes, 17 de noviembre de 2025

Artículos : CCV : Lic. Arturo Flier : El encanto y poder de los Upanishads en diálogo con el Cristianismo

 


El encanto y poder de los Upanishads en diálogo con el Cristianismo





Por Swami Ranganathananda

'Trajiste a la Nueva India un nuevo Veda y lavaste su mancha de separación de

religiones y castas proclamando desde los tejados la divinidad inherente del hombre.'

Así escribía Romain Rolland al plantear que Sri Ramakrishna y Swami Vivekananda

tuvieron un impacto benéfico que se siente entre los buscadores espirituales de todas las

religiones.

El cristianismo en Occidente ya está experimentando, bajo el impacto del desafío

moderno, una efervescencia y un cuestionamiento sin precedentes, lo que resulta en una

búsqueda sincera, por parte de las diversas denominaciones cristianas, del contenido

espiritual universal de la religión cristiana que subyace en sus diversas ramas

forjando así una unidad cristiana ecuménica. El éxito de esta noble búsqueda

dependerá enteramente de un mayor énfasis en los aspectos Śruti del cristianismo

(lo revelado por Jesús y los Santos) y de la minimización de sus elementos Smrti

(su adaptación a la vida social) y esto es precisamente lo que están haciendo las

denominaciones implicadas, con resultados muy prometedores. Es difícil aislar, entre

los complejos factores, la contribución vedántica a este saludable desarrollo. Si bien su

contenido deriva de las inevitables condiciones mundiales creadas por la ciencia y la

tecnología modernas (la mayor conectividad), su estímulo y dirección se deben en

gran medida a las silenciosas pero poderosas influencias derivadas de la difusión

de las ideas vedánticas en Occidente tras la tumultuosa ovación que recibió Swami

Vivekananda cuando se dirigió al histórico Parlamento de las Religiones de Chicago en

1893. En aquel memorable discurso dijo:

“Para el hindú, todo el mundo de las religiones es solo un viaje, un ascenso, de

diferentes hombres y mujeres, a través de diversas condiciones y circunstancias, hacia

el mismo objetivo. Cada religión solo está desarrollando un Dios a partir del hombre

material, y el mismo Dios es el inspirador de todas ellas. ¿Por qué, entonces, hay tantas

contradicciones? Son solo aparentes, dice el hindú. Las contradicciones provienen de la

misma verdad que se adapta a las diversas circunstancias de diferentes naturalezas.”

“Es la misma luz que pasa a través de cristales de diferentes colores. Y estas pequeñas

variaciones son necesarias para la adaptación. Pero en el corazón de todo reina la

misma verdad. El Señor le ha declarado al hindú en su encarnación como Krishna:

‘Estoy en cada religión como el hilo de un collar de perlas. Dondequiera que veas una

santidad extraordinaria y un poder extraordinario elevando y purificando a la

humanidad, sabe que estoy allí’.”

Nunca se ha pronunciado una declaración más clara y auténtica sobre la naturaleza y el

alcance del núcleo espiritual de las religiones, sobre sus aspectos Śruti. Y dándonos una

idea de la forma de las cosas por venir, dijo más tarde en ese discurso

“…Si alguna vez ha de existir una religión universal, debe ser una que no tenga

ubicación en el espacio ni en el tiempo; que sea infinita como el Dios que predicará, y

cuyo sol brillará sobre los seguidores de Krishna y de Cristo, sobre santos y pecadores

por igual; que no sea brahmánica ni budista, cristiana ni musulmana, sino la suma

total de todas ellas, y que aún tenga un espacio infinito para el desarrollo; que en su


catolicidad abrace en sus brazos infinitos y encuentre un lugar para cada ser humano,

desde el salvaje más humilde y rastrero, no muy alejado de la bestia, hasta el hombre

más elevado, que se alza por las virtudes de la cabeza y su corazón casi por encima de

la humanidad, haciendo que la sociedad lo admire y dude de su naturaleza humana.

Será una religión que no tendrá lugar para la persecución ni la intolerancia en su

sistema político, que reconocerá la divinidad en cada hombre y mujer, y cuyo alcance y

fuerza se centrarán en ayudar a la humanidad a comprender su propia naturaleza

verdadera y divina.”

Y dirigiéndose a la sesión final del Parlamento, pronunció estas palabras proféticas a

modo de conclusión:

“Si el Parlamento de las Religiones ha demostrado algo al mundo es esto: ha

demostrado al mundo que la santidad, la pureza y la caridad no son posesión exclusiva

de ninguna religión del mundo, y que cada sistema ha producido hombres y mujeres del

carácter más excelso. Ante esta evidencia, si alguien sueña con la supervivencia

exclusiva de su propia religión y la destrucción de las demás, lo compadezco desde el

fondo de mi corazón y le señalo que en el estandarte de cada religión pronto se

escribirá, a pesar de la resistencia: ‘Ayuda y no lucha’, ‘Asimilación y no destrucción’,

‘Armonía y paz y no disenso’.”

Sus palabras son música sublime, comenta Romain Rolland sobre las palabras de

Vivekananda quien musicalizó la melodía que rondaba los oídos de millones de

personas en el mundo moderno, la melodía de la unidad y la igualdad humanas, la

tolerancia y el amor, la melodía de lo divino en el corazón del hombre.

Ella Wheeler Wilcox, una de las poetisas y escritoras más destacadas de Estados

Unidos, al New York American del 26 de mayo de 1907, expresa sus impresiones sobre

Swami Vivekananda; ofrece una visión del impacto del mensaje del Vedanta en las

personas reflexivas de Occidente: “Hace doce años, una noche, por casualidad,

escuché que un profesor de filosofía de la India, un hombre llamado Vivekananda, iba a

dar una conferencia a una cuadra de mi casa en Nueva York. Fui con un amigo por

curiosidad y antes de que lleváramos diez minutos entre el público, nos sentimos

elevados a una atmósfera tan enrarecida, tan vital, tan maravillosa, que nos quedamos

hechizados y casi sin aliento hasta el final de la conferencia. Cuando terminó, salimos

con nuevo coraje, nueva esperanza, nueva fuerza, nueva fe, para enfrentar las

vicisitudes diarias de la vida. ‘Esta es la filosofía, esta es la idea de Dios, la religión,

que he estado buscando’ dijo mi acompañante. Y durante meses después, me acompañó

a escuchar a Swami Vivekananda explicar la antigua religión y a recoger de su

maravillosa mente joyas de verdad y pensamientos de ayuda y fortaleza. Fue aquel

terrible invierno de desastres financieros, cuando los bancos quebraron y las acciones

se desplomaron como globos rotos y los empresarios caminaron por los oscuros valles

de la desesperación y el mundo entero parecía estar patas arriba, justo una era como la

que nos acecha de nuevo. A veces, después de noches de insomnio por la preocupación

y la ansiedad, el hombre saló a la penumbra invernal y caminando por la calle

sonriendo decía: ‘Está todo bien. No hay nada de qué preocuparse’. Y yo volvía a mis

propios deberes y placeres con la misma sensación de alma elevada y una visión

ampliada. ‘Cuando una filosofía, una religión, puede hacer esto por los seres humanos

en esta era de estrés y tensión ello intensifica tu fe en Dios, aumenta tu compasión por


tus semejantes y da una alegría confiada al pensar en otras vidas por venir; es una

religión buena y grandiosa…

Vivekananda vino a nosotros con un mensaje… ‘No vengo a convertirlos a una nueva

creencia’, dijo. ‘Quiero que conserven su propia creencia; quiero hacer del metodista un

mejor metodista, del presbiteriano un mejor presbiteriano; del unitario un mejor

unitario. Quiero enseñarles a vivir la verdad, a revelar la luz dentro de su propia

alma’.

Las grandes tradiciones espirituales tienen hoy la oportunidad —y la responsabilidad—

de converger hacia una conciencia más amplia, más compasiva, más integrada.

Cuando las religiones funcionan como herramientas de separación o violencia,

traicionan su propósito. Pero cuando ayudan a revelar la divinidad interior del ser

humano, se vuelven, como dice el texto, energías positivas y cooperativas, capaces de

“restaurar al hombre a su verdadera dimensión espiritual”.

Y ese, quizás, es el legado más profundo de los Upanishads en diálogo con el

cristianismo: recordarnos que la unidad no es uniformidad, sino reconocimiento de la

misma luz reflejada en infinitos colores.



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