domingo, 13 de octubre de 2024

Artículos : CCV : Counselor Veronica Pomerane : Del libro de aquí a Aquí-

 


Del libro de aquí a Aquí- Javier Melloni-



La vida solo puede ser vivida en estado de apertura, porque es una irrupción continua de más Vida de una Fuente que mana por doquier, sorprendiéndonos y rebasándose a sí misma. Nuestra condición limitada y finita tiende a replegarse quedándose al margen de ese flujo y acabamos construyendo un pequeño mundo como pálida sustitución de lo que continuamente tenemos ante nosotros. 

No nos damos cuenta de hasta qué punto estamos constreñidos y reducidos a los estrechos márgenes en los que nos sentimos seguros. Lo que desde ahí no se ve o no cabe, no existe para nosotros. Lo ignoramos o lo condenamos.

En esa sentencia, nosotros somos los primeros sentenciados, porque no somos capaces de caer en la cuenta de la prisión en que nos encierra. Como dice un Upanishad, «la divinidad es tímida como una gacela». No se deja atrapar.

Esta imagen no atañe solo a la divinidad en sí misma, sino a lo divino que hay en todo. Es esa dimensión la que no se deja agarrar. Cuando se pretende capturar, se desagarra y nos desgarra.

Vivir en estado de abiertos es permitir que se manifieste el destello que hay en todas las cosas. Estar abiertos es dejar ser, posibilitar que las cosas manifiesten lo que son y entonces también podemos ser nosotros mismos.

Rainer María Rilke expresaba que diferimos de los animales en que ellos reciben cada instante sin los filtros de la mente, de modo que no deforman la percepción de lo que viven con sus interpretaciones. Interpretar es proyectar unas determinadas categorías reduciendo el excedente que contiene toda experiencia. De este modo no puede irrumpir lo nuevo, sino que nos condenamos a la repetición de lo que ya conocemos. Vivir incondicionadamente supone soltar, dejar ir todo aquello que se interpone entre nosotros y lo que adviene o nos rodea. 




Los animales, las flores, probablemente, son esas aperturas sin darse cuenta de ello, y, por consiguiente, tienen ante sí y sobre sí, una indescriptible libertad. 

Las flores, como se ha dicho antes a propósito de los animales, se abren ante ese espacio puro sin poner filtro, sin reserva alguna, exponiéndose a que, al entregarse, se acelere su condición efímera. El miedo a abrirse haría que la flor no llegara nunca a ser flor; esto es, a expandir su polen, fecundando y dejándose fecundar. Al querer preservarse, quedaría estéril encerrada en sí misma. Al exponerse, muere, pero lo hace tras haber realizado su razón de ser, su misión: polinizar. Seguirá existiendo en las plantas que aparecerán gracias a que se ha expuesto. La paradoja de toda existencia es que solo llegamos a ser plenamente cuando dejamos de ser. El pan alcanza plenamente su condición de pan cuando se empieza a comer. Antes de ser comido, su panidad está latente, pero no manifiesta. Se panifica y se plenifica en el acto de ser consumido. Tal es la paradoja de la vida: en el mismo lugar de su plenitud está su consumación. La culminación se convierte en su extinción para dar paso a otra forma de vida en el cuerpo de quien lo ha comido. Solo así alcanza y realiza plenamente su razón de ser.

Por ello nos cuesta tanto estar abiertos. Lo mismo que nos consuma nos consume, lo mismo que nos despliega nos extingue para alcanzar otra forma de ser que desconocemos. 

Para evitarlo, permanecemos cerrados, y al cerramos, impedimos nuestra realización. La apertura genera espaciamiento. La cerrazón, estrechez y rigidez. La filosofía taoísta insiste en que lo tierno y flexible pertenecen al reino de la vida, y lo que es fuerte y rígido al reino de la muerte.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nos interesa su opinión: