miércoles, 26 de junio de 2024

Artículos : CCV : Counselor Verónica Pomerane : Charla 20/06/24, Romain Rolland, La vida de Ramakrishna

 



Charla 20/06/24

Romain Rolland

La vida de Ramakrishna


Ramakrishna, nació el 18 de febrero de 1836. 

No tenía la menor idea -y él menos que nadie- sobre espacios infinitos, abismos abiertos, en ese cuerpecito infantil, risueño y movedizo. Pero se le revelaron a los seis años.

Ese primer éxtasis revela ya los caracteres propios de la empresa divina en el alma de este niño. La emoción artística, el instinto apasionado por lo bello, es el primer camino que le pone en contacto con Dios. 

Como lo veremos por la revelación, existen otros caminos: o el amor al prójimo, o el de la idea; o el dominio de sí, y el del trabajo digno y desinteresado; o la compasión o la meditación... Los conocerá todos. Pero el más inmediato, el suyo, el de su naturaleza, es el embeleso del bello rostro de Dios, que ve en todo lo que ve. Es un artista nato. 

Ah, cómo difiere de aquella otra gran alma, del Mahatma de la India, Gandhi, el hombre sin arte, el hombre sin visiones, que rehúsa poseer, y hasta desconfiaría casi, el hombre que vive en Dios por la acción razonada! Su ruta es la más segura y la más tranquilizadora; es la que conviene al conductor de pueblos. La ruta de Ramakrishna será mucho más peligrosa; pero lleva más lejos; desde los precipicios que costea, descubrirá los horizontes ilimitados. Es la ruta del Amor!


Su padre murió cuando tenía siete años. La familia, sin recursos, conoció años penosos. El primogénito, Ramkumar, fue a Calcuta y al abrió una escuela. Hizo venir a su hermano menor, ya adolescente

En ese entonces, una mujer rica, de casta inferior, Rani Rasmani, fundó en Dakshineswar, un templo consagrado a la Gran Diosa, la Madre Divina, Kâli. Le era muy difícil hallar un brahmín que consintiese ser sacerdote.

Por más extraño que nos parezca, en la India religiosa (que venera a los monjes, los sadhus, los videntes libres) la condición de sacerdote, funcionario retribuido, es poco considerada. Los templos no son, como nuestras iglesias de Europa, el cuerpo, el corazón de Dios, el sitio de su sacrificio renovado cada día. Son fundaciones meritorias de los ricos, que así se crean títulos cerca de la divinidad. Pero la religión verdadera es un asunto privado, su sede está en cada alma aislada. Además, la fundadora del templo de Dakshineswar era una sûdra. Para el brahmín que aceptase el empleo existía una descalificación. Ramkumar se resignó en 1855.; pero a su joven hermano, cuando, al año siguiente, murió el hermano mayor, Ramakrishna se decidió a reemplazarlo.


LA MADRE KALI


Tenía veinte años. El joven sacerdote de Kali no tenía la menor idea del dominio terrible de quien aceptaba el servicio. Igual que una tigresa que ronronea y fascina a su presa, ella se alimentaría con él, solazándose, durante casi diez años. Diez años de hechizo bajo las pupilas de fuego. Vivió en el templo, solo con ella. Pero en el centro de una corriente circular vertiginosa. Porque el ardiente aliento de muchedumbres visionarias soplaba como los monzones bajo los pórticos del templo, sus torbellinos de polvo. Innumerables peregrinos, monjes, sadhus, faquires, hindúes o musulmanes..., todos los locos de Dios reunidos.!

El templo era vasto, de cinco domos. Se ingresaba en el por una terraza abierta, por encima del Ganges, entre una doble hilera: doce domos de pequeños templos dedicados a Shiva. Y del otro lado del gran patio pavimentado, rectangular, frente a Kâli, se elevaba otro vasto templo consagrado a Krishna y Radha. Todo un mundo de símbolos: la Trinidad de la Naturaleza Madre (Kâli), del Absoluto (Shiva), y del Amor (Radhakanta: Krishna, Radha), el Arco extendido entre la tierra y el cielo.

Mas la soberana del lugar era Kâli.

  1. (Estaban los locos del Libro, donde reinaba la palabra única: OM. Estaban los que bailaban y se retorcían de risa, gritando: "¡Bravo!" a la ilusión del mundo. Estaban los que, totalmente desnudos y comiendo las sobras de los mendigos con los perros, no distinguían más diferencia alguna entre una forma y otra, y no se apegaban a nada. Estaban las rondas místicas y báquicas de los tantrikas... Y el joven Ramakrishna observaba (describía más tarde no sin humor) con mirada atenta y emocionada, con una mezcla a veces de repulsión y fascinación...

  2. El templo todavía existe). 


Estaba allí, moldeada en basalto y vestida con tejidos suntuosos de Benarés, reina del mundo y de los dioses. Danzaba sobre el cuerpo de Shiva, extendido. Y con sus brazos múltiples a la izquierda sostenía la espada y una cabeza cortada, a la derecha ofrecía los dones y hacía la señal: "¡ Ven! ¡No temas!..." Era la Naturaleza, destructora y creadora. Era mucho más para quien supiera oírla; 

La Madre del Universo, mi Madre todopoderosa, que se revela a sus hijos mediante formas variadas y Encarnaciones divinas, el Dios visible, que conduce a los elegidos hasta el Dios invisible; y si le place, quita a todo ser creado el último vestigio de Ego y le colma del conocimiento del Dios absoluto, indiferenciado.

El Ego limitado, gracias a Ella, se pierde en el EGO sin límites -el Atman- Brahman...

Pero el joven sacerdote de veinte años estaba lejos todavía de alcanzar, incluso por los caminos indirectos de la inteligencia, el núcleo de fusión de toda realidad. La realidad única, divina y humana, que le fue accesible, era la que podía ver, oír y tocar.




¿Cómo Ramakrishna no habría visto a la Madre, de tez azul oscura?

Ella, la Visible, la Encarnación misma, en forma de mujer, de las Fuerzas de la Naturaleza, de lo Divino, que se mezcla con los mortales: ¡ Kali!... Ella se envolvía en el templo con el olor de su cuerpo, las lianas de sus brazos y su cabellera. Ella no era una figura de seminario, de sonrisa coagulada, que se nutría de letanías. Vivía, respiraba, se levantaba de su lecho, comía, caminaba, se recostaba. Todo el servicio del templo se calcaba dócilmente sobre el ritmo de sus jornadas. Cada mañana, al alba, la bandada de pequeñas campanas sonaba, se agitaban las luces. En la sala de conciertos, la flauta ejecutaba el aire sagrado, acompañado por tambores y címbalos: la Madre despertaba. Se recogían, en el jardín embalsamado de jazmines y rosas, guirnaldas para adornarla. A las nueve de la mañana la música anunciaba el culto, al que la Madre asistía. Al mediodía, la música escoltaba a la Madre, que iba a descansar, durante las horas calurosas, en su lecho de plata. La música la saludaba, al atardecer, a las seis, cuando la Madre rea-parecía. Sonaba aún, al caer el día, con las llamas trémulas, para el culto nocturno; y sonaban las conchas, y tintineaban sin tregua las campanillas.

A las nueve de la noche, al fin, para el descanso. La Madre se dormía.

Y el sacerdote se asociaba a todos sus actos íntimos de la jornada. La vestía, la desvestía, le ofrecía flores y alimentos. Atendía a la Reina desde que se levantaba hasta que se acostaba. ¿Cómo sus dedos, sus ojos, su corazón, no iban a impregnarse, poco a poco, de su carne? Los primeros contactos que le ataron, cuando aún vacilaba en servirle, habían tenido lugar al reparar con sus manos de artista ciertos detalles quebrados de la estatua.

Guardó en los dedos el dardo de Kâli.





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