Viernes 31/05
Sólo hay dos poderes que pueden, aunados, lograr ese algo grandioso y difícil que es el fin de nuestros esfuerzos: una firme e imperturbable aspiración que clama desde abajo y la Gracia suprema que desde arriba responde.
Mas dicha Gracia suprema actuará, únicamente, en condiciones de Luz y de Verdad: no puede hacerlo en medio de la Falsedad y la Ignorancia.
He aquí las condiciones de Luz y Verdad - las únicas que permitirán el descenso de la Energía superior; y es sólo la Energía supramental descendiendo desde lo alto y abriéndose paso desde lo bajo, lo que puede dominar victoriosamente a la Naturaleza física y anular sus sufrimientos y dificultades.
Debe haber una total y sincera entrega; debe haber una apertura única del yo personal al Poder divino; debe haber una constante e integral elección de la Verdad que está descendiendo, un permanente e incondicional rechazo de la falsedad de los Poderes mental, vital y físico, y de las apariencias que aún rigen la Naturaleza terrenal.
Este sometimiento o entrega debe ser total y abarcar todas las partes del ser. No es suficiente que la psiquis responda y que la mente superior acepte, e incluso que se someta la energía vital interna y que la conciencia física interior sienta la influencia. Nada debe haber en parte alguna del ser ni siquiera en las más exteriores, que se sustraiga a esta entrega; nada que oculte dudas, confusiones y subterfugios; nada que se rebele o que rechace.
Si una parte del ser se somete, pero otra parte se reserva y sigue su propio rumbo o establece sus propias condiciones, entonces, cada vez que esto sucede, estamos alejando de nosotros a la Gracia divina.
Si por detrás de nuestra devoción y renuncia, ocultamos nuestros deseos, requerimientos egoístas y exigencias vitales; si anteponemos tales cosas a la aspiración auténtica, o las mezclamos con dicho anhelo, y procuramos engañar al Shakti Divino, entonces es inútil invocar a la Gracia divina que nos transforme.
Si por un lado nos abrimos, de manera parcial, a la Verdad, y por el otro, franqueamos constantemente la entrada a las fuerzas hostiles, es en vano esperar que la Gracia divina permanezcan a nuestro lado.
Es preciso que mantengamos el templo limpio, si es que queremos instalar en él a la presencia viviente.
Si toda vez que el Poder interviene para traer la Verdad, nosotros le damos la espalda y volvemos a llamar a la falsedad que habíamos expulsado en un primer momento, no debemos culpar a la Gracia divina por no acceder a nuestro llamado, sino a la falsedad de nuestra propia voluntad y a la imperfección de nuestro renunciamiento.
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