martes, 22 de marzo de 2022

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Thakur, Encarnación divina


Los tiempos que vivimos están teñidos de desintegración, lucha y angustia. Son tiempos como dijo un filósofo en una famosa carta en que “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Estas notas no aparecen por primera vez en la historia del hombre. Cada vez que el universo circundante cambia, se modifica, lo sólido, lo que creemos sólido, se esfuma, se diluye.

Nosotros nacemos en el medio de la historia. Aparecemos en un mundo con circunstancias temporales, espaciales, históricas. Un mundo en el que están sucediendo cosas que tiene que ver con lo que pasó antes y que seguramente construirán, serán, el fundamento de lo que suceda después.

Pero, a la vez, estamos en el principio de nuestra historia, y así nos insertamos en algo que está transcurriendo, intentando entenderlo, incorporarlo, desde nuestro nuevo y a la vez repetido comienzo.

En ese sentido, uno podría entender por qué el ser humano, a lo largo de la historia formula las mismas preguntas: ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¿Quién soy? ¿Qué soy? Y si bien las preguntas son las mismas, las que cambian son las respuestas.

Una de las respuestas que Dios da a los hombres es la Encarnación divina. Dios, a través de los tiempos, encarna para ayudar y conducir al hombre, en los tiempos de necesidad, de oscuridad en la que está sumergido, a la luz.

Thakur, hablando de las encarnaciones divinas, contó que hay una especie de pájaro llamado "homa", que vive en los altos cielos y ama tanto esas regiones que nunca baja a la tierra. Pone los huevos en esas alturas, y cuando éstos, atraídos por la gravedad de la tierra, van cayendo, nacen los pichoncitos. Los recién nacidos, al darse cuenta de su situación y del inminente peligro de chocar contra la tierra, cambian de dirección e instintivamente vuelan hacia su celeste morada. Dijo que los hombres como Sukadeva, Nárada, Jesús, Sankaracharya y otros como ellos, pueden compararse a ese pájaro. Desde la niñez, ellos se liberan de toda atracción por las cosas de este mundo, y se remontan a las altas regiones del verdadero Conocimiento y la luz Divina.

Swami Saradananda, en su obra, Lila prasanga, se ocupa de las similitudes entre las vidas de las distintas Encarnaciones. Dice, entre otras cosas, que “a excepción de Ramachandra y el Señor Buda, las vidas terrenales de las Encarnaciones, han tenido al comienzo, sufrimientos, privaciones y pobreza. Escribe: “en los textos sagrados de todas las religiones del mundo se encuentran anotadas las percepciones espirituales sobrenaturales que los padres de aquellas grandes almas, los salvadores de la humanidad, tuvieron con respecto a su nacimiento.” También dice que “todos estos grandes seres tuvieron, con respecto a sus padres, experiencias muy similares.”

Las encarnaciones divinas, en su gran mayoría, nacieron en familias de gran devoción y entrega, pero con grandes tribulaciones sobre todo económicas. Dedicaron su vida a Dios, con total prescindencia de lo demás, y esto, desde su más tierna infancia. Fueron niños dulces, de carácter firme, queridos por todos, pero muy traviesos, y sus padres, a pesar de no ignorar su origen divino, olvidados de ello, padecieron grandes preocupaciones con su cuidado.

Ya jóvenes, comenzaron a difundir su mensaje de amor, dejando cada uno de ellos su impronta en la humanidad. Se rodearon de discípulos que continuaron su enseñanza y, en general, dejaron su cuerpo de modo doloroso.

Por otra parte, el perfil de los padres suele ser similar: piadosos, austeros y de costumbres morales muy firmes. Baste recordar la historia de Kshudiram, el brahmín, el padre de Thakur. A pesar de que no ignoraba el resultado de su decisión, se negó a prestar falso testimonio, y así fue como llegó, despojado de todos sus bienes, a Kamarpukur, la tierra natal de Sri Ramakrishna. Un amigo le había ofrecido allí, para siempre, algunas habitaciones con techo de paja y otro le había cedido una pequeña parcela de arrozal. Estas eran todas sus pertenencias cuando llegó junto con su familia a vivir allí.

Con el correr del tiempo, Kshudiram y su familia conquistaron el respeto del pueblo por su devoción y por la paz que emanaba de ellos. Por otra parte, el sustento diario, el vestir sencillamente y poder proveer a sus urgencias estaba resuelto. En el seno de esta austera y devota familia, en el año 1836, nació quien fuera luego conocido como Sri Ramakrishna. Le pusieron de nombre Gadadhar. Thakur no fue la excepción a la regla. De niño fue travieso e intrépido. Tan inquieto era, que a los cinco años, su padre decidió que comenzara a hacer vida escolar.

Su padre falleció cuando era apenas un niño de siete años y su hermano mayor, Ramkumar, se hizo cargo de la familia. Así se iba preparando el escenario divino. Años después, Ramkumar llevaría a su hermano Gadadhar a Calcuta y, finalmente, los dos serían contratados para trabajar en Dakshineswar, el lugar elegido por Dios para lanzar su mensaje a la humanidad.

Allí llegarían los discípulos, atraídos por esa figura que proclamaba el ideal del vedanta: la unidad en la diversidad. Que veía el universo entero como la manifestación divina y que realizó y enseñó que “cada creencia es un sendero que conduce a Dios”. Allí, seres afortunados, lo reconocieron como Avatar.

Thakur había dicho a sus discípulos que ellos sabrían quién era él, cuando el final fuese cercano. Y así, anticipando implacable, que se estaban acortando los tiempos, Él reconoció cuál era su naturaleza.

Recordemos esto con las palabras de Harí, discípulo directo de Thakur, quien fuera luego Swami Turiyananda. Ya, en Cossipore, donde habían trasladado a Sri Ramakrishna para cuidarlo mejor y donde Thakur dejó su cuerpo, un día Harí se le acercó y le preguntó cómo estaba: Y Thakur se quejó mucho, que no estaba bien, que le dolía y Harí, en ese momento, se dio cuenta de que lo estaba probando y sin poder controlarse le dijo: “Señor, diga Usted lo que diga, yo lo veo como un infinito océano de bienaventuranza”. Y Sri Ramakrishna, sonriendo, dijo para sí mismo: “El muy pillo me ha descubierto”.

Y si bien posiblemente sea esa la tarea: descubrirlo, para eso el hombre debe poseer al menos, la esperanza. Es ahí, cuando el papel de la Santa Madre brilla en todo su fulgor cuando nos recuerda: “Soy la madre del virtuoso y del malvado. No temas. Cada vez que sientas aflicción recuerda: tengo una madre”. 

En una ocasión, en Dakshineswar, Thakur advirtió a la Santa Madre para que no recibiese a cierta mujer de mala fama que había llevado una vida inmoral. La Santa Madre le contestó con dulzura: “Sé todo al respecto de ella, pero no puedo abandonarla. Ella me ha llamado “Madre”. A cualquiera que me llame “Madre” yo le daré refugio.” Cuando le pedían algo, Thakur respondía siempre: “Si la Madre quiere lo lograrás.”

Thakur consideraba de la misma manera a la Madre Divina Kali, a su madre Chandra Devi y a su consorte Sarada Devi. Este reconocimiento dejó, luego de su partida, a la Santa Madre como guía espiritual, no sólo de devotos hogareños sino de más de uno de los discípulos monásticos. Si bien Thakur le dio instrucciones específicas sobre cómo llevar su tarea de despertar la vida espiritual de innumerables personas, Ella ya lo tenía todo en sí misma. 

No menos importante es el hecho de que adoró a su consorte como la encarnación de Kali en el Sodashi Puja, en el que entregó a sus sagrados pies todos los frutos de su sadhana, considerándola como la Madre Divina misma. Él consideraba de la misma manera a la Madre Divina Kali, a su madre Chandra Devi y a su consorte Sarada Devi. Este reconocimiento dejó, luego de su partida, a la Santa Madre como guía espiritual, no sólo de devotos hogareños sino de más de uno de los discípulos monásticos. Si bien Thakur le dio instrucciones específicas sobre cómo llevar su tarea de despertar la vida espiritual de innumerables personas, Ella ya lo tenía todo en sí misma. 

Descubrir una Encarnación Divina no es poca cosa. Tener esperanza y confianza porque no estamos solos, porque está la Madre que se quedó para hacer el trabajo que le encargó que hiciera: cuidarnos, guiarnos, conducirnos, es el principio. Como dice el Vivekachudamoni: “Uno puede realizar a Dios al instante si está libre de deseos. Ansiedad, dolor, hambre, satisfacción, ligadura, liberación son experiencias subjetivas que sólo quien las vivencia las conoce, los demás solo pueden inferirlas.”

Swami Pareshananda en Ramakrishna Vivekananda Vedanta señala que los detalles de la vida de la Santa Madre abren para nosotros la puerta de infinitas posibilidades, que ahora están ocultas en nuestro interior.


- Leonor Bakún



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