domingo, 2 de abril de 2017

Seguir Aprendiendo: Counselor Veronica Pomerane





En el actuar dirigido por el orden sagrado, la acción no tiene que ser necesariamente una compulsión a obrar movida por insatisfacciones biológicas o afectivas. Podría no moverla tampoco el cálculo utilitario de los beneficios que se obtendrán para el que actúa o para los otros.
Y entonces, sin la preocupación por el resultado, la actividad fluiría espontánea, libre y distendida, movida únicamente por los brazos múltiples y cambiantes de la inteligencia de la vida.
Lo importante en la conducta humana sería, no la obra y sus efectos sino el lugar de la conciencia más o menos libre o condicionado, desde el que se realiza.
Esto sería que se actúa desde el dharma, y no por la compulsión de los pensamientos y las emociones personales.
Para actuar sin buscar los resultados no basta proponérselo, se requiere haber comprendido que no hay un actor separado de la acción de vivir.
Y una obra comienza a ser un paso adelante en el caminar hacia la verdad cuando es inmotivada. No surge del núcleo separado del” yo” creado por el pensamiento.
Es libre. Los actos brotan del anhelo espontáneo de la vida total reflejada en un ser temporal.
Así aparecen las obras creativas. Y para que las obras se realicen sin motivo, como el soplar del viento, el respirar de los seres vivientes o el vuelo de un pájaro, en la mente se ha de dar la transparencia de la sabiduría. Porque sólo con la lucidez como guía se actúa desde la totalidad liberadora.
La obra lúcida, inspirada, es efecto de la luz.
La libertad de quien está unido a lo total por descubrimiento de su Ser (Atman) es absoluta y se expresa armoniosa entre las limitaciones de lo relativo
El descubrir la verdad última, la identidad del ser como conciencia con la conciencia total, se dice en los textos védicos, es “liberación”.
“Te he revelado la sabiduría, el más secreto de los misterios. Medita sobre ellos en totalidad y, luego, actúa como quieras”. ( XVII, 63).

"Mientras el espacio celestial del corazón es agitado por las ráfagas de los deseos, hay poca probabilidad de contemplar allí el esplendor de Dios. La visión beatífica sólo alborea en el corazón que está calmo y arrobado en la comunión divina."
Del libro La Sagrada Enseñanza de Sri Ramakrishna, nº 423, Pág. 111

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